“Ahí va la tempestad… ya parece un paisaje habitual”
Cuando se terminaron las clases, Sade se alejó por el camino, sin darle oportunidad de alcanzarla. Rafael tuvo el impulso de seguirla. Pero se contuvo no podía caer ante ella de esa manera… tan fácil. Suspiró y se dirigió a su casa.
Entre tanto Sade devoraba sin prisa un helado comprado por uno de sus tantos acompañantes.
—¿Cómo a estado tu semana?— preguntó él intentando establecer una conversación amena.
La chica arrugó el ceño.
—No me gustan los rodeos— señaló jugando con la crema— ¿Qué pretendes conmigo?
El chico no atinó a responderle. Entonces Sade decidió preguntarle algo que tenía atravesado en su mente.
—Tú tienes una novia— le tiró de sopetón, sin dudarlo.
—No pensé que supieras eso— contestó desviado la mirada.
Sade se enfadó. Sus sospechas sobre los hombres por lo general siempre eran ciertas. Ninguna era capaz de ir con la verdad por delante. Siempre tratándola como si fuera una tonta. Ella era distinta nunca ilusionaba a nadie, exponía sus defectos casi con orgullo: “Soy apática, me aburro con facilidad y no, no creo poder ser fiel, ni mucho menos quererte”
Algunos chicos corrían asustados por su sinceridad. Otros se quedaban, ansiosos de enamorarla, conquistarla y capturar su esencia, tan fría e indómita. Nadie lo conseguía porque Sade desde el primer beso comenzaba a despedirse.
Sus pensamientos volvieron a bajar a la tierra, cuando él tosió para llamar su atención.
—Lo siento nunca he sido la segunda, ni tengo material para ello.
Se levantó de su asiento dejando la copa casi intacta. Él se quedó sentado sin entenderla.
Recorrió con rapidez las cuadras que le faltaban para llegar a su casa, aún molesta por el tiempo perdido. Cuando llegó a su hogar una imagen la sorprendió. Era Rafael, apoyado en la reja de su casa, con expresión soñadora.
—¿Qué haces en mi casa?— comentó algo asustada.
Rafael le sonrió instintivamente.
—Hola Sade— saludó alegre.
—No me cambies el tema.
—Te esperaba— respondió sencillamente.
Ella se quedó en silencio durante algunos instantes. Luego le sonrió sarcástica.
—Pues llegué… ¿algo más?
Él se ruborizó por la intensidad de sus ojos negros. Sade se acercó mas a él, logrando ponerlo mucho mas nervioso de lo que estaba. Desvió la mirada y preguntó casi sin respirar:
—¿Estabas en una cita?
La joven se apoyó en la reja antes de contestar.
—Sí
Y él se entristeció. Quizá esperaba de alguna manera que las palabras de María fuesen una mentira. O tal vez esperaba una mentira piadosa de Sade.
—No te entiendo… hubiese jurado que…
Pero se contuvo, no tenía ganas de terminar esa frase.
Ella observó su expresión apenada. Y aunque nada le sacara de la cabeza, lo ingenuo y tonto que era por esperarla, a pesar de ello era sincero.
Lo tomó del brazo. Él se quedó inmóvil. Sade se acercó a su rostro, depositando un corto beso en la comisura de su boca.
—Gracias por esperarme— musitó ella entrando en su casa sin apuro.
Rafael se quedó inmóvil, tocando el lugar donde segundos antes estuvieron los labios de Sade. Ella lo observó desde la ventana de su cuarto, y le sonrió con ternura.
Que loquilla ella, me gusta el curso que sigue la historia, aunque tengo un par de cosillas que decirte en privado jeje. te Amo
ResponderEliminarApuesto que Sade tiene un corazón tierno, solo hace falta alguien se atreva a sumergirse en el fondo de su ser para hallarlo.
ResponderEliminarBesos de neón
La mejor entrada, por todo. Captas esencias en ella, transmites (¡al fin y maravillosamente!) :)
ResponderEliminar