Mientras caminaban juntos por la calle, el niño nuevamente comenzó a sentir miedo. Miedo de que las sombras los siguieran, de que los mounstros aparecieran. Sabían que solo eran producto de su mente infantil, pero cuando aparecían solían ser tan reales que le ocasionaban ganas de gritar como un demente. Aparte ¿él no era un desquiciado… verdad?
En un intento desesperado porque sus visiones no volvieran, cerró los ojos con fuerza inusitada, esperando que las sombras se retiraran por donde fuera que hubiesen llegado.
Cuando despegó sus parpados, ninguna figura amenazadora los perseguía. Aliviado quiso mirar el rostro de su madre, para dedicarle una sonrisa de felicidad… pero esta se desfiguro al instante y nada pudo detener el grito espeluznante que brotó de su garganta.
Su madre había desaparecido. Junto a las pesadillas de su infancia.