domingo, 22 de enero de 2012

Admito

—Si está bien— pensé mientras te revolvía el cabello mientras dormías— me gustas, encantas, fascinas, atraes, embelesas amplio etcétera.— susurré lejos de tu oído y a pesar de eso me escuchaste con claridad.
Abriste los ojos, sonreíste travieso y yo volví a enamorarme de ti con ese gesto.
—Lo que me choca es admitirlo— finalicé algo enojada. Y tú no encontraste mejor momento para besarme con lentitud.
 

jueves, 19 de enero de 2012

Si eres


Si eres capaz de parar a tantas paginas importantes, si tienes tanto conocimiento en tu poder... yo tan solo me pregunto si eres capaz de cambiar esta realidad, donde abunda tanta injusticia, dolor y miseria.
Lo cual, considero más importante que se cierren paginas de descargas.

jueves, 12 de enero de 2012

Circulo

De repente el reloj dejó de tener importancia en nuestras vidas. Entonces nos enredamos en una historia no infinita, sino cíclica, donde acabamos enredados desde la punta de nuestros pies hasta el ultimo cabello. Nos sonreímos porque al fin y al cabo, solo nos importan nuestras miradas cómplices, en medio de este caos sin tiempo ni espacio.

Miel



Gracias a ti, ahora mis letras no están tan grises, destilan miel, canela y dulzor. Las palabras se fundan de romanticismo, sonrisas tontas y mordiscos indecentes. Ahora mis cuentos (quizá no todos) terminan con un final feliz.

viernes, 6 de enero de 2012

Demente

He estado tan loca, delirante y sola, aquí en medio de estas cuatro blancas paredes, que incluso hasta ganas de creer en ti me han dado.

miércoles, 4 de enero de 2012

Locura

Nuestro amor es imposible. 
Razón se encerró en si mismo. En su poderosa lógica, en sus razonamientos innegables. Repitiéndose esa frase como si se fuese a cumplir, tan solo por repetirla como un idiota. 
Él había conocido a Locura por una inexplicable fatalidad.  
Al instante en que se cruzó por su mirada, aquella chica de cabellos desordenando, sonrisa fácil y ojos alegres. No supo como, pero ella le devolvió la mirada, sonrió más ampliamente, dispuesta a platicar, así de la nada. 
Y allí estaban los dos, hablando como si la vida se les fuera en ello. Ella le contó de su mundo loco, absurdo y sin sentido de donde venía. Le señaló con orgullo que no seguía reglas, su libertad absoluta para todo.  
Y para colmo, se rió a mandíbula batiente cuando le tocó hablar a él. Es que hasta el peinado de Razón estaba hecho con cuidado, casi hecho a regla. Ella entonces con su mano se lo desordenó: así se ve mejor, dijo y sonrió. 
Aún así…  
Habían compartido un amor desenfrenado, único y fugaz. Sin saber como, Razón se encontró devorado por el torbellino desenfrenado de Locura.  
A la cual le era tan sencillo decir te amo. No sentía culpabilidad alguna cada vez que lo repetía sin descanso en medio de la oscura habitación en donde se amaban sin pudor. En cambio él quería tocarla con prisa, siempre atento y pensando que era una verdadera tontería lo que estaban haciendo. 
Cuando ella volvía a repetir, esa frase que a él le encantaba oírla, aunque nunca se lo pudiese devolver. Las palabras morían en su garganta, y nunca respondía cuando Locura lo susurraba en su oído. 
A veces le preguntaba porque no tenía miedo.  
Él si lo sentía, acumulándose bajo sus poros. Tenía miedo de necesitarla, de comenzar a amarla. Locura solo sonreía cuando el preguntaba. Para ella decirlo era casi una necesidad, se le escapaba de sus labios inconscientes.  
Solo una vez le respondió a Razón, diciéndole enigmáticamente, no es necesario que exista el recuerdo para que halla dolor. 
Y Razón la había perdido. Él suspiró abatido recordando como la había perdido para siempre. Tan solo decirle que no quería verla nunca más. Y como siempre ella sonrió, se despidió alegremente. Pero nunca más regreso al cuarto. 
Él siempre había sido el problema. Tenía demasiadas palabras y pocos pero enormes sentimientos. Nunca podría retribuirle todo ese desbordante e ilógico amor. Razón era demasiado pragmático. Él no podía cumplir un por siempre, porque no creía en la eternidad. Lo finito era lo real, lo posible… todo se acaba alguna vez. 
Pero la verdad es que… nadie puede vivir sin amor. Incluso un ser como él.  
Él se asomó a mirar hacia la calle. Hace bastante tiempo, para ser exacto desde que había dejado a Locura, que no se atrevía a salir de su hogar. Afuera estaba ella, tan afable, encantadora y distraída como siempre. Para ella no había significado algo… había sido algo fácil de olvidar.  
¿Locura lo habría olvidado de veras? Razón se tocó el rostro, intentando no volver a pensar en ella. Se sabía masoquista sin remedio, porque siempre pensaba en ella. En lo perdido, en cuanto la extrañaba… en como se había enamorado de ella sin poderlo evitar. 
Pero era demasiado tarde. Locura se había marchado con unos amigos. Razón pensó, irónicamente que ella había destruido toda cordura dentro de él. Al final quien se había protegido todo este tiempo, que se juró a si mismo no amarla para no sufrir, había sido quien había perdido la cabeza. 
En ese momento, entonces pudo comprender lo dicho por Locura. No existía dolor en los recuerdos hechos por ambos. No para él comenzaba por las palabras que nunca pudo decirle. Aquellos momentos que ahora no serían nunca.  
Desde que él, con su egoísmo, inseguridad y sobre todo con sus estúpidas razones, transformó ese amor en imposible. 
Razón a pesar de su dolor no había llorado su perdida. Pero ahora que comprendía que lo peor no era perder a Locura, sino sencillamente comprender que no la amó cuando correspondía. Que ahogo a su sentimiento sin dejarlo florecer, firmó una sentencia irrevocable. No la amó cuando debía, ni tampoco podría seguir enamorado para siempre.  
Razón lloró desconsoladamente cuando comprendió que jamás amó a Locura como ella se lo merecía.  
Ni hoy ni nunca.

Idiota

Bésame tonto, aunque te diga que le tengo pánico al amor. 

lunes, 2 de enero de 2012

Elección

—¿Y que te parece?— pregunto mientras sostengo una montaña de papeles.
No me respondiste, entonces yo suspiré frustrada. Revisé esas hojas por enésima vez, pero aún estaba confundida. ¿A quien escoger? ¿Estaría correcto? ¿Valdría la pena? Tantas preguntas dándome vueltas la cabeza, el alma y el corazón.
Ya era muy tarde como para confundirme con tantas tonterías. Subí la mirada y te respondí con seguridad:
—¿Sabes?— le sonreí— creo que mejor me quedo contigo.
Y mi reflejo me devolvió la sonrisa.