lunes, 29 de octubre de 2012

Teatro

"En la Antigua Grecia, la gente actuaba en torno a los Dioses. Ante tamaña fiesta, detrás de la enorme mascara que recitaba poesía, se escondía algo más fuerte, atroz y peligroso de lo que te puedas imaginar. Se repite el mensaje de manera oculta, de que nada puede cambiar, que no eres capaz de salir de tu clase, porque el destino esta escrito en piedra y a ti te tocó ser lo que eres. No hay nada, ni suplica alguna que sirva para derrocar el divino capricho de los Dioses del Olimpo"

Volví a revisar el comienzo de mi nuevo relato, aún sintiéndome engañada. No era capaz, ni siquiera en mis letras, en mi pequeño universo creado, de decirme como me sentía. Ni aún así podía ser sincera.
Me aplasté los cabellos con las manos. Es verdad, tengo a alguien que daría su vida por mí, me quiere, me ama y se preocupa como nadie más lo ha hecho.

Pero no es suficiente.

Tuve ganas como cualquier niña pequeña, de tapar mis oídos para no escuchar ese reclamo constante. 
—No sirve para nada decirlo ahora— me respondí en voz alta.

Mentirosa

No lo soy— quería que mi voz sonara segura, pero no podía hacerlo. Miles de imágenes, tanto recuerdo que intentaba aplacar con mi vida, se atrincheraban en mi mente adolorida.
—Basta— moví mis brazos para espantarlos— suficiente— dije despacio.

No te cuesta nada asumirlo.

— Pero es tarde ¿sabes?— y de nuevo estaba llorando como condenada.— Es tarde y no puedo pedirle a Antonio que se quede conmigo. Tampoco puedo dejar a Alexander después de todo lo que ha hecho por mí. Estoy haciendo lo correcto.
Me tiré al suelo, apoyada en la pared. Es verdad, estoy haciendo lo que es correcto, lo que todo el mundo quiere. El mundo no me apoyaría si quisiera decirle a él lo que aún siento. Al mundo le interesa que sonría falsamente, que aprenda a hacerlo con esta preciosa máscara de irrealidad que he creado. 

Sabes que algún día explotaras.

Me volví a sonreír como era la costumbre siempre que me veía rodeada de espumoso dolor.
—Es que yo... no puedo hacerlo.
No podía hacerlo, jamás sería capaz de sacar este sentimiento por los poros ni tampoco en palabras coherentes. Y no era tanto por el mundo, como siempre repetía cual letanía en las noches acurrucada en mi cama, intentando retener las lagrimas. 
Yo no sería capaz de pedirle a Antonio que se quedara conmigo... sí él era tan feliz con esa chica.
Tan simple y tan doloroso a la vez. Asfixiante felicidad dolorosa y absurda, porque si de algo sirve este teatro que he creado para no sentirme sola, también logra que podamos hablar brevemente en alguna ocasiones. Y consigo saber que está bien, que continúa respirando y que está contento. Y tú no sabes cuan feliz soy con esas conversaciones robadas a mitad de la noche, donde siento de alguna manera que Antonio sigue conmigo. Aunque sea dolorosamente como un amigo lejano, de esos que solo se hablan en la red. 
—Este teatro solo tiene sentido, si Antonio es feliz y puede hablarme sin sentir culpa.

Eres patética

Por supuesto que lo sabía. El amor siempre nos vuelve idiotas. Y no me importaba cuantas heridas me hiciera saber que él estaba contento sin mí, sí yo podía saber que estaba bien, al otro lado de esta ciudad.
Y eso es, principalmente, lo que logra que deje de llorar en las noches, y que duerma en paz.