jueves, 27 de diciembre de 2012

Parte IV - B


Parte cuatro B

Anteriormente se recuerda parte del pasado de Carlos. Ahora, él junto a Alicia, han llegado a la guarida de una de las mafias más importantes de la ciudad. Allí son acorralados entre los matones en el salón principal del edificio, allí  se generó la siguiente situación:

—¡Hey tú! ¡Qué quieres idiota!— gritó él más fornido de todos.
— Nada en particular, solo llevame con el inútil de tu jefe— respondió con una sonrisa como siempre lo hacía.

“Mierda” pensó Alicia, eran demasiados sujetos, incluso para la rapidez de sus movimientos. Lentamente sin hacer ruido alguno, deslizó las cuchillas por sus mangas, escondiéndose para atacarlos en cualquier momento.

—Desgraciado... yo te enseñaré lo que es bueno— dijo ante las palabras del detective. Se arrojó sobre él, con el puño en alto, dispuesto a partirle la cara. Alicia rápidamente salió de su escondite dispuesta a apuñarlo...

Pero el sujeto en vez de darle un puñetazo en la boca, se detuvo en el último instante, extendiendo la mano con una gran sonrisa. El detective respondió al gesto, estrechándola con simpatía.

— ¡Cuánto tiempo Carlos! ¿Cómo haz estado?

Ante tamaño giro de los acontecimientos, Alicia se detuvo en seco, quedando quieta detrás de la espalda del detective, sin tener idea de que sucedía.

— He estado mejor— bromeó.
     ¿Qué te trae por acá?
—De verdad necesito hablar con tu jefe. Tengo un caso complicado.
—Creo saber a qué te refieres— comentó con algo más de seriedad— te llevaré de inmediato con él... ¿vienes con ella?— preguntó señalando a Alicia.
     ¿Ella? Ah sí, es mi guardaespaldas.— se rió por lo bajo. Al escuchar esas palabras, la chica le dió un puñetazo.
— Nunca cambias ¿eh? alguien terminará matándote un día de estos.— replicó divertido el desconocido.— pasen a la oficina.

Los tres se dirigieron al quinto piso. Alicia, no podía creer lo sucedido, preguntándole en voz baja.

     ¿Desde cuándo que eres amigo de ellos?

El matón logró escucharla y decidió responderle.  

—Carlos es conocido aquí desde que salvó a la hija del jefe. La encontró oculta en el cementerio.— comentó alegre— a pesar de que por su culpa, nuestro líder casi nos mata a todos— imitó la voz del gánster— “¡Les dije que revisaran todo el edificio, basura inservible, como pudieron ser burlados por mi hija!”... y esas cosas.

— ¿No podías haberme comentado aquello?

—Nunca preguntaste— señaló el detective con sinceridad.

Alicia se quedó en silencio, mientras el matón los llevaba al despacho del jefe de la mafia. Allí, en medio de la sala, se encontraba un inmenso escritorio, donde un hombre de mirada fría, vestido de terno oscuro los miraba fijamente. Tenía los ojos grises, la piel tostada y la cara con una cicatriz en su mejilla derecha, lucía un pañuelo rojo se veía en medio de su pecho, el símbolo de quién está a cargo la mafia. En cuanto los dejó en medio del salón, el matón se retiró, despidiéndose afectuosamente de Carlos, cerrando la puerta y dejándolos solo con el jefe.

— ¡Carlos!— exclamó contento— ¿cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Has recuperado la razón y planeas unirte a mi “familia”?

—Ni que tuvieras tanta suerte— el detective rió con ganas,— he venido por otras razones.

—Yo tenía entendido que estabas buscando a una chica que mataba personas.— replicó el jefe.

Alicia se sorprendió ante aquel comentario. Miró fijamente a Carlos, quien ya estaba jugando con sus dedos, como solía hacer cuando cometía algo que consideraba malo.

— ¿¡Me considerabas una cómplice?!— gritó la mujer enfadada, mientras empuñaba las manos.

— No solo él niña.— el jefe irrumpió la escena— todos sospechábamos de una chica vestida de negro que estaba ocasionando serios problemas.

La chica lo miró sorprendida. Según lo que ella pensaba, nadie en el bajo mundo la conocía, ya que solo se dedicaba a matar maleantes por aburrimiento.

—Apenas la vi supe que no podía ser ella— ahora era Carlos quien hablaba— es imposible que pudiese cometer esa masacre con sus propias manos.

El jefe de la mafia soltó un enorme suspiro.

—Hay algo que no entiendo de todo esto— dijo la joven— ustedes ¿de dónde se conocen?

El mafioso lanzó una fuerte risotada. Carlos también se unió a sus risas, mientras se metía las manos en los bolsillos.
—Pues verás— respondió el gánster— este sujeto fue quien encontró a mi hija desaparecida...

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El joven se llevó las manos a la cara, sujetando su mentón.
— Está bien— contestó— no necesito más. Haz lo que te pedí y la traeré de vuelta.  

Carlos fue junto a la mano derecha del matón, llamado Benjamín. Tenía la piel clara, ojos claros y de cabello oscuro. No parecía ser fuerte, pero según las deducciones del detective, era mucho más fuerte y ágil de lo que parecía.

Ellos dos fueron en búsqueda de la escurridiza niña.

— Espero que no se te ocurra la idiota idea de escapar— amenazó el matón, mostrando su arsenal debajo del abrigo.

—Guarda eso— exclamó Carlos— nos dirigimos al territorio de la mafia azul.
— ¡Qué!— gritó el muchacho— ¡Estás demente!
     ¿Acaso no se encuentra allí el cementerio?

Benjamín lo quedó mirando bastante impresionado.

—La esposa de tu jefa esta enterrada allí— aseguró el detective.
—¿Cómo lo supiste?
—No era tan complicado— contestó Carlos mirándolo fijamente— está claro que al ser la hija del jefe tendría todo lo que quisiera. Y eso incluía que ustedes la podían trasladar sin problemas a cualquier parte... claro, con la excepción de aquellos que no están bajo su dominio. ¿Para qué una chica tan lista, como lo ha demostrado hasta ahora, armaría tanto enredo solo para salir? tiene que tener una razón muy importante para generar tamaño lío. Debe sospechar de que en algo raro está su padre... pero no lo suficiente como para comprender el peligro de salir sola.— el detective observó el terreno, mientras el chico lo miraba impresionado.

Mientras el joven de la gabardina explicaba su razonamiento, llegaron al cementerio sin ninguna complicación. A Carlos se le hizo muy extraño que nadie los hubiese seguido, pero prefirió seguir los pasos del chico, que lo llevaba a la tumba de la madre. Allí, encerrada en el mausoleo,  se encontraba una niñita que lloraba sin parar. De contextura delgada, ojos verdes y piel morena, vestida con ropas bastante costosas. Carlos sonrió de lado al encontrarla y Benjamín fue corriendo hacia la reja del mausoleo.

— ¡Cristal!— gritó apenas llegó al lugar— ¿cómo quedaste encerrada aquí?... espera, primero que todo ¿cómo se te ocurrió asustarnos de esa manera, saliendo sola por las calles?

—Déjala en paz— dijo el detective— suficiente tiene con estar atrapada en ese lugar.— le sonrió a la niña.— apártate un poco, para poder botar la reja.

Cristal lo miró con bastante incredulidad en sus ojos claros. Aún así, todavía llorando, retrocedió lo suficiente para que el detective echase la puerta abajo de una sola patada.

—¡Vaya! ¡Y yo que pensaba que eras un idiota sin fuerza!— comentó Benjamín.
—Podría decirse lo mismo de ti— Carlos dijo esto mientras entraba al mausoleo.— ven, te llevaré donde tu papá.

La niña recuperó el habla en ese momento, mirando al sujeto que ella conocía.

—¿Papá esta muy enojado?
—Por supuesto que sí, todos los estamos— Benjamín se aproximó para darle la mano— eres lo más importante que tenemos... no nos dejes nunca más.— le regaló una sonrisa al terminar sus palabras

Cristal sonrió ante esa afirmación. Decidió entonces acompañarlos hacia la salida del cementerio, contándoles como había quedado encerrada en el mausoleo.

—Pude entrar por la ventanilla del mausoleo.—  relató— pero luego no pude alcanzarla porque estaba muy arriba.
— El jefe construyó el mausoleo con un desnivel— explicó Benjamín.
— Seguramente no pensaste que no podrías alcanzar la ventana después ¿verdad? introducirte primero tus piernas, pero no pudiste ver la altura, luego te colgaste de la ventana para caer al piso. Así, te quedaste encerrada en ese lugar.—  puntualizó Carlos, ante lo cual Cristal asintió.

Estaban llegando a la salida del cementerio, un hombre estaba parado justo en el centro, con expresión maliciosa en su rostro. Benjamín se detuvo en seco ante aquella figura, soltando la mano de Cristal dejándola con Carlos, luego avanzó a paso lento hacia el desconocido.

— Sabes que no puedes mostrar tu sucia cara por aquí— dijo el desconocido.— mira a quién has traído,— sonrió— nada menos que a la hija de tu jefe.

El detective en ese momento, atinó solo a tomar a la niña en brazos.

— Ya nos estábamos retirando...— respondió el chico de ojos claros.
— ¿Por qué tanta prisa?— contestó el sujeto— pueden quedarse todo el tiempo que quieran... sobre todo ella.— le brillaron los ojos al decir esas palabras.
— Lo siento, pero ella se viene conmigo— Carlos rompió el silencio.— es más nos vamos ahora mismo.

Todo ocurrió demasiado rápido. Benjamín sacó las pistolas que traía escondidas, comenzando a disparar a diferentes lugares, de los cuales salieron más matones de la mafia rival. El desconocido, también aprovechó de mostrar sus armas, intentando atinarle al chico de cabellos oscuros, quién se movía por todo el campo.

En cambio, Carlos solo se dispuso a salir con la niña en sus brazos, retrocediendo hacia el interior de las calles del cementerio. Allí, escondidos en medio de las tumbas, estaban más miembros dispuestos a detenerlo. El detective aprovechó el lugar, para esquivar las balas. Escuchó como muchos corrían detrás de él, y supo que no tendría mucho tiempo para huir.

— ¡Alto!— chilló la niña— Benjamín podría...
— Te quieren a ti— respondió él con sinceridad— sí logramos salir de este lugar, él también podrá escapar.

Recordó que en el fondo derecho del lugar, no existía reja alguna, al parecer la habían botado para reemplazarla por otra. Corrió rápidamente hacia ese lugar, con la niña que lloraba en sus brazos y un montón de gente persiguiéndoles los talones...
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— Luego de eso, de milagro pudieron llegar a nuestro terreno.— continuó relatando el jefe— allí nuestros hombres se encargaron de espantar a quienes los perseguían. Carlos arriesgó todo para que no pudiesen robar a mi hija.— exclamó — le deberé lealtad toda la vida, así funcionan las cosas en este lugar...

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Parte IV - a


Mucho antes que existiera la sombra que amenaza con el fin de la ciudad, existían otras leyes dentro del bajo mundo, las cuales estaban muy claras. Esto ocurría incluso tiempo atrás de que Carlos y Alicia vivieran en la ciudad.

Tres grandes bandas peleaban esporádicamente por terreno, así Mérida se dividió en partes iguales. Las autoridades, tales como el alcalde e incluyendo la policía, también eran conscientes de este acuerdo, tácitamente seguían cuidadosamente las reglas. Para la gente común y corriente existían pocas opciones para vivir tranquilas. Una era obedecer sus órdenes y la otra el exilio... no existían más opciones.

Cuando Carlos llegó al barrio de la mafia roja, la mayoría de sus vecinos le pusieron de sobre aviso de la situación y el lugar al cual había llegado. Él, con su inagotable sentido del humor, les dio las gracias por la consideración, pero que no seguiría las reglas de quiénes eran desconocidos para él. De hecho, se comprometió a ayudar a la gente del barrio a disminuir las peleas y traer un poco de tranquilidad. A pesar de la incredulidad de los pobladores, cumplió su palabra lo mejor que pudo, ayudándolos sin recurrir a la violencia.

La mafia miraba con desconfianza a ese sujeto, pero decidieron no prestarle atención, al fin y al cabo, mientras no los delatase o hiciera algo por detenerlos, no representaba una amenaza considerable. Hasta que un día, un acontecimiento logró que los bandidos le entregaran su confianza.

Sucedió que la hija menor del líder de la mafia, se perdió en medio de la gran ciudad, esté casi perdió la cabeza e intentó todo lo posible por encontrarla. Sus mejores matones fueron mandados a rastrearla por todo el perímetro. Estos, en un intento por calmar a su jefe, entraron a todas las casas del barrio, causando estragos en la población. Amenazaron a quién se les ponía por delante, seguros de que alguien la había escondido en su hogar.

Carlos vio el tamaño desastre. La gente huía desesperada intentando reclamar su inocencia. Él, tranquilamente dirigió sus pasos hasta el líder, usó todos los recursos a su mano para tener una cita directa con él.  

— ¡¿Quién eres y como entraste?!— vociferó el Jefe.

— Soy un simple ciudadano— explicó — que puede encontrar a tu hija...

— ¡Acaso tú la tienes!

— No la tengo—  respondió con sinceridad—  pero puedo traerla en menos de cinco horas. Eso sí, primero saca a la gente de las calles y deja al resto en paz. Ella no está secuestrada por nadie del barrio, eso te lo puedo asegurar.

— ¡¿Qué pasa sino te creo?! ¡Qué sucede sí solo estás mintiéndome!

— Puedes matarme, no tengo problema en ello. Incluso, para tu mayor seguridad, manda a tu mejor hombre para acompañarme en la búsqueda. —  aseveró con confianza—  así sabrás que moriré sino cumplo mi palabra.

El gánster se cruzó de brazos, sin saber qué hacer si hacerle caso o no. Sacar a sus hombres de las calles solo confiando en la palabra de ese desconocido. Como punto a favor, él había logrado entrar a su oficina, cosa que no era simple. Aparte, era un plazo bastante corto de tiempo, y si llegaba a fallar, mandaría a los tipos a rastrear hasta el último pedazo de esa mugrienta ciudad si era necesario.

— Está bien— dijo bajando las manos—  pero recuerda, cinco horas, nada más.

El detective asintió, sonriendo con confianza.

— Tengo que hacerte unas preguntas primero.— comenzó Carlos— ¿qué edad tiene tu hija?

— ¿Es necesario perder el tiempo en estas preguntas?

— Mucho— dijo algo molesto— mientras más te tardes, más tiempo estará ella perdida... entonces ¿edad?

— Acaba de cumplir ocho años de edad.

— ¿Quién la cuida?

— Solo yo y los muchachos... ha sido algo complicado en el último período... sin su madre.

Carlos guardó silencio por unos instantes. Parecía estar meditando cuidadosamente las palabras dichas por el jefe.

— Debe ser muy lista ¿no?

— ¿Por qué dices eso?

— Calculando, en este edificio de cinco pisos debes tener alrededor de 300 hombres trabajando para ti en este lugar. Considerando, además, que no es un lugar pequeño, carece de ascensor y suficientes cámaras de seguridad como para que no pudiese volar ni una pequeña mosca sin que te enteres. Tienes a una chica que ha sido capaz de burlarlos y efectivamente salir sin dejar pista, eso te dice que tiene que ser inteligente.—  respondió— es eso o tu gente es muy torpe— finalizó.

El jefe de la mafia se asombró por sus palabras. Efectivamente era la cantidad precisa de gente trabajando para él en ese local,

— Esta chica no se fue de inmediato, se escondió en algún lugar, un punto ciego para las cámaras del lugar, sabiendo que si eso ocurría, tú ocuparías a tus matones para ir tras su pista, descuidando la vigilancia del edificio. Esa fue su única carta de juego, así cuando notó que la mayoría de los hombres salían en su búsqueda, salió de su escondite, para dirigirse a algún lugar. No haría todo esto sino tuviese algún objetivo claro.— se balanceó un poco inquieto— ¿qué has hecho estos últimos días?

— Eres demasiado joven para meterte en asuntos de la mafia.— contestó molesto.

—Entiendo... ¿en serio quieres encontrar a tu hija? pareces más interesado en ocultar tus asuntos, que por cierto no me interesan. Solo quiero, como ya mencioné, que dejes en paz a la gente de mi barrio.

El mafioso suspiró indignado. Estaba hartándose de que ese sujeto hablara como si lo supiera todo... aunque había acertado en todo lo dicho anteriormente. Se percató de que el muchacho jamás mencionó asuntos de la mafia. Probablemente le preguntaba por lo último que hizo con su hija.

—No lo recuerdo— reconoció— no puedo evocar lo último que le dije a mi hija. Solo sé que era algo relacionado con que tenía demasiadas cosas que hacer como para ir con ella... pero del lugar, no puedo acordarme. Jamás tomé atención porque estaba demasiado ocupado con mis asuntos.

El joven se llevó las manos a la cara, sujetando su mentón.

— Está bien— contestó— no necesito más. Haz lo que te pedí y la traeré de vuelta.  

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— Carlos ¿en qué piensas?— preguntó— hemos estado caminando por horas, y no has dicho ni una palabra... ¿se puede saber a dónde mierda vamos?

— Perdón, estaba recordando viejos tiempos— sonrió mirándola— nos estamos dirigiendo hacia los cuarteles de la mafia roja.

Alicia se detuvo de sopetón frente a esa respuesta.

—¡Estás demente! eres un detective. Te llenarán de plomo apenas pongas un pie en ese lugar.

—Para eso te tengo a ti ¿o no?— bromeó, pero la cara de la chica no estaba como para bromas— no te preocupes, a mí nunca me pasa nada.

—Sí claro— respondió sarcásticamente la joven— a ti nunca te están a punto de matar ni nada de eso.

Carlos sencillamente la ignoró. Alicia tan solo se hacía la idea de cómo combatiría al casi ejército que era en la actualidad la mafia roja. ¿Quién la mandaba en confiar en él? Al menos era una oportunidad de matar a más gente que se lo merecía. Sonrió ligeramente ante ese pensamiento.

— Ni se te ocurra sacar tus cuchillas — comentó Carlos luego de notar la mueca de la chica.

—Lo haré si es necesario.

—Está bien. Solo si es necesario.— finalizó el detective.

Finalmente llegaron al edificio, pintado de rojo sangre. Tenía al parecer una única entrada, una gran puerta de madera pintada en color blanco, algo descascarada por el tiempo. Estaba sospechosamente sin gente por los alrededores. Alicia de inmediato tomó un estado de alerta, la calma siempre era un mal presagio en estos lugares. Carlos, en cambio, totalmente distraído llegó y abrió la puerta principal, la cual estaba abierta.  

“Es un idiota, es claramente una trampa” pensó ella mientras le seguía los pasos “una cosa es segura, será necesario que mate a alguien esta vez”.

Alicia entró en el momento en el cual Carlos se quedaba parado en medio del vestíbulo del edificio, Se quedó quieto con las manos en los bolsillos, mientras de la nada, aparecían los matones de la mafia. Uno por uno lo fueron rodeando mientras vociferaban cosas como:

     ¡Hey tú! ¡Qué quieres idiota!— gritó él más fornido de todos.

— Nada en particular, solo llévame con el inútil de tu jefe— respondió con una sonrisa como siempre lo hacía.

Fin de la parte A

martes, 18 de diciembre de 2012

Parte III



En esta ciudad existen luchadores que buscan la justicia según su mejor manera. Lo hacen tercamente, esperando encontrar el camino correcto, sin verdaderas intenciones de dañar a nadie inocente. De ese mismo modo, una sombra, no cree en absolutamente nadie. Para él, absolutamente todos son desechables. Es aún más peligroso que todas las bandas juntas de esa ciudad. porque al menos esas organizaciones intentan sobrevivir, ganar algo de fortuna o sencillamente mantenerse a flote en medio de tanta miseria. Pero todos tienen algo en común, ninguno ha pensado en destruir la ciudad hasta sus cimientos.

A pesar de que exista esa sombra que acecha la ciudad desde la oscuridad, hay motivos para pensar que está podría salvarse. Existe un ídolo, amado por todos. No solo es el dueño de la empresa más importante del país, sino que altruistamente ayuda siempre a los sectores más pobres, haciendo colosales donaciones de dinero...”

El noticiero siguió dando grandes muestras de apreciación hacia Christopher P.H. Lo catalogaron como el héroe que salvaría la ciudad del caos, llenándolo de valoraciones. “Nos muestra que aún queda esperanza en esta ciudad Mérida” Finalizó el reportero con los ojos brillantes de esperanza. La chica de ropa oscura chasqueó la lengua, mientras tomaba una lata de cerveza.

— Este tipo no me agrada para nada, solo quiere fama, posiblemente busque algún cargo en política—  se dijo mirando la televisión con expresión aburrida.

Se estiró en el sofá, flexionando sus brazos, observando la hora. Ya era el momento donde las sombras llenaban la ciudad, el instante idóneo para salir a las calles a buscar sana entretención. Tomó los cigarros que estaban sobre su cómoda, guardó las llaves y como siempre, eligió un par de cuchillos. Los cuales eran de mango negro y adornados con pequeñas líneas plateadas, los guardó en su manga y partió hacia la noche.

Recorrió los mismos callejones de siempre, prestando atención a cualquier ruido que la sorprendiera. Eran cerca de las dos de mañana, cuando finalmente algo ocurrió. Escuchó el sonido de unos botes de basura cayendo. Rápidamente se dirigió hacia aquel lugar, riendo con malicia, al fin algo entretenido surgía.  

Se encontró con unos sujetos, los cuales eran de contextura bastante fornida, incluso podrían pasar por matones contratados por alguien, que acorralaban a un tipo vestido con una gabardina café. Lo reconoció al acto, porque era el único que podía vestir algo con tan mal gusto. ¿Era realmente tan temerario como para intentar enfrentarse a esos simios? Se quedó mirando, esperando que haría el detective para defenderse.

Uno de los tipos de apariencia amenazante, lanzó el primer golpe, directo hacia la cara del detective, este se movió con agilidad, evitándolo con bastante rapidez y eficacia. Su compañero con movimientos torpes, algo lentos y carentes precisión, intentó atraparlo o al menos golpearlo, pero nuevamente la habilidad del sujeto con gabardina se lo impidió.

— ¡Para de arrancar como un cobarde y pelea! — dijo uno de los sujetos, perdiendo los estribos.

— No es necesario que me manche las manos con ustedes, tan solo si me acompañan a la comisaría, nos evitaríamos muchos problemas.— respondió tranquilamente, con las manos en los bolsillos.

Los tipos se miraron, intentando no reírse por esos comentarios. Mientras, la joven que estaba aún escondida, suspiró pensando que ese tipo estaba buscando a la muerte con desesperación. Entretanto, el detective seguía esquivando los golpes, logrando así escapar de la esquina de donde lo había acorralado. Los matones le siguieron la huella, corriendo detrás de él.

La chica de vestimenta oscura salió de su escondite cuando eso ocurrió. Decidida a defender al detective, a pesar de que pensaba que era un idiota por no pelear con sus propias manos.

— ¡Deténganse! — gritó en medio del callejón. En ambas manos tenía sus cuchillas, que resplandecían en la oscuridad.

El detective ya había conseguido una distancia considerable de sus perseguidores. Aún así, se detuvo en cuanto escuchó la orden. Tenía que ser ella ¿quién más se enfrentaría a dos tipos como esos? Se dio la media vuelta, dispuesto a detenerla a toda costa. Llegó en el preciso instante, en que la chica lanzaría el primer golpe con su arma corto punzante. La tomó por la cintura, guiñando el ojo a los desconocidos.

— Ella se viene conmigo.— dijo corriendo con la chica a cuesta.

— ¡Oye! ¡Suéltame imbécil! — demandó, usando toda su fuerza para liberarse. Cuando al fin perdieron de vista a los sujetos, la bajó de sus brazos, para depositarla en el suelo con cuidado. La chica de ropa oscura, estaba furiosa a más no poder y lo empujó a la pared más cercana, acercando peligrosamente uno de sus cuchillos a su garganta.

—Dame una razón válida para no cortarte el cuello en estos momentos— dijo la chica, sin ningún atisbo de bondad en sus ojos oscuros.

— Los hubieses matado a ambos... además...— con un movimiento ágil, el detective logró quitarle el cuchillo e inmovilizarle un brazo.— puedo hacer esto— sonrió triunfante.

— No eres tan torpe como pensaba— respondió ella.— además ¿Siempre tienes esa mala costumbre de confiar en la gente que te intenta atacar?— soltó con sarcasmo.

— Confío en mí, no necesito atacar a nadie para sentirme seguro.—  respondió jugando con el arma de la chica. Ella suspiró pensando en cómo recuperarla.

— ¿La quieres de vuelta? — preguntó él riendo entretenido.

— ¿Acaso planeas devolvérmela?

— Claro, solo necesito que me ayudes.

La chica arqueó una ceja, el detective era realmente extraño y demasiado confiado.

— ¿Me devolverás mi arma de inmediato?

— Obvio... ¿por qué no?— respondió él.

— ¿Cómo sabes que no te atacaré apenas recupere ese cuchillo?— preguntó cruzando sus brazos— o tal vez me vaya y te deje con tu problema. No me interesa ayudar a nadie que no sea a mí.

— No sé realmente qué vas a hacer— respondió seguro— pero hace unas semanas atrás, protegiste a una chica de unos tipos que intentaron violarla.

— ¿Cómo lo supiste?— dijo intentando cubrir la sorpresa ante esas palabras.

— Tú sabes que por aquí uno se entera de todo— se sacó el sombrero, lo limpió y volvió a ponérselo— aparte me interesas así que averigüé algunas cosas sobre ti. Por ejemplo, lo ágil que eres con tus armas.— comentó mientras se abotonaba la gabardina— A pesar de que tengas un método errado, debes saber mucho sobre la ciudad y sus rincones.— sentenció.

La chica siguió mirándolo de pies a cabeza. Era un sujeto realmente interesante, aunque le costase aceptarlo. También tenía curiosidad sobre qué clase de problema tendría alguien como él.

— Dímelo, antes que me arrepienta— soltó en un tono frío y desinteresado.

El detective con un gesto lleno de confianza, le devolvió el arma antes de comenzar su relato. Ella lo recibió y guardó en su manga, luego se dispuso a escucharlo.

— Seré directo... hay una amenaza más grande que los simples maleantes que viven en esta ciudad—  la miró a los ojos .—  aún más nociva que tú.

— ¿Ah que te refieres con más “nocivo”?—  preguntó frunciendo el ceño.

— Hablo de masacres masivas— le dijo mirándola a los ojos, sin atisbo de sonrisa, solo de una seriedad absoluta— no es solo uno, deben ser varios, considerando la cantidad de asesinatos hechos en un solo momento.

— ¿Quién es el blanco? ¿Hablas de alguna pelea entre mafias?— intentó adivinar la joven.

— Ojala fuese tan sencillo como eso. No, estoy hablando realmente de masacres. El asesino marca un edificio, alguna calle o sitio público... y al día siguiente aparece hasta el tope con gente muerta. No son bandidos, ni gente involucrada en el bajo mundo, son personas comunes y corrientes. Como la niña del otro día ¿la recuerdas?

La chica asintió sin signos de asombro en su rostro.  

— Hay pruebas de violaciones en mujeres, quemaduras en los hombres y niños torturados. Quién sea que haga esas aberraciones, se “divierte” con la gente antes de matarla y dejarla tirada a su suerte.— apretó los puños con fuerza— Como no hay un patrón, es imposible prever cuándo será otro ataque... ni a quiénes matará.

Ella se quedó en silencio, mientras se mordía los labios intentando no gritar de impotencia. Una cosa era llegar y matar a escorias, como ella lo hacía, pero otra muy distinta era sencillamente matar por matar, a gente que nada malo hizo alguna vez.

— Vaya hijos de puta— comentó observándolo.— cuenta conmigo, pero te lo advierto, si yo colaboro, será a mí modo. Ni creas que me convencerás para entregar a la policía a quienes estén haciendo esa aberración, cuando por lo mínimo hay que darles una paliza que jamás podrán olvidar.

— Ya veremos eso cuando los encontremos— el detective desvió ese tema, ya resolverían el método con el cual harían justicia.— pero antes de cualquier cosa... ¿Cúal es tu nombre?

Ella arqueó una ceja.

— ¿No acabas de decir que averiguaste todo sobre mí?

— Me pareció de mala educación saber tu nombre sin preguntarlo— dijo metiendo las manos en sus bolsillos.— ella se llevó las manos a la cara.

— Tu nombre primero.

— ¡Qué desconfianza! Me llamo Carlos.— extendió su mano derecha.— ella solo la observó, sin intenciones de devolver el gesto.

— Alicia— respondió apartando la mirada.

—¡Como en el país de las maravillas! — comentó mostrando algo de simpatía.

—Más bien en un país de mierda.— respondió mientras se daba la vuelta. Él la siguió contándole más detalles de los crímenes.

Así se formó la alianza más estrafalaria que alguna vez existió en esta ciudad. La muchacha que portaba cuchillas dispuesta a matar a quienes abusaban de los indefensos y el detective que se negaba a hacerle daño a cualquiera.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Deseo

Él de nuevo estaba luchando en contra de ese... arrebatador, casi quemante deseo que le recorría las venas. Se pasó las manos por el cabello castaño, como siempre hacía, en un ritual idiota por calmar sus pensamientos. Subió la mirada, para encontrarse con el dintel de la puerta de su sala.
No sabía como demonios había llegado tan temprano. Y como si no bastase con eso, la sala no estaba vacía.
Angélica estaba allí, sentada en su puesto. Con los audífonos puestos, su lápiz en la mano derecha, escribiendo como si la vida se le fuera en ese gesto. De manera distraída, se corrió el mechón de la cara, cruzando sus piernas mientras tarareaba una canción.
"Mierda" pensó él sin poderlo remediar. Otra subida de adrenalina lo traicionó. Porque solo estaba ella, no pasaba un alma por esos parajes. Era demasiado temprano para toda la gente.
Y Antonio los odió. O tal vez lo intentó, en otro intento ridículo de zafarse de sus propios pensamientos.
El problema de él era sencillo, deseaba a Angélica desde hace tanto tiempo. Y ahora era peor, porque había sido tres días donde había soñado salvajemente con ella.
Así de simple, así de complejo. Habían sido noches llenas de su piel, su aroma y su risa. Aunque fuesen una deliciosa mentira. Para Antonio ahora verla sola, desprevenida era como una bofetada a su ego.
Recordó que uno de sus sueños había comenzado exactamente así. Tragó saliva pero no pudo evitar recordar aquellas imágenes indecentes rondarles la cabeza.
—¿Y a ti?— lo irrumpió ella— ¿te sucede algo?.— preguntó entre molesta y enfadada.
Se veía tan avasalladora cuando estaba enojada. Antonio tosió de manera muy tonta, para ignorarla y sentarse en su puesto. Pero ella no tenía intenciones de rendirse fácilmente. Se interpuso en su camino, con los brazos en jarra, esperando una explicación razonable.
— Quítate— resopló él, sin querer establecer contacto físico con ella.
— Olvídalo. Estuviste parado casi cinco minutos, con una cara de enfermo— "más bien de pervertido" pensó él mientras ella seguía con su discurso— ¿realmente te encuentras bien?
Y ella para colmo de remate, mostraba esa cara de preocupación. Rostro que pocas personas lograban ver. Y ese sentimiento, de saberse especial para ella, le volvía el alma al cuerpo.
—¿Preocupada?— soltó con sarcasmo.
Angélica se ruborizó hasta lo impensado. Otro gesto que le encantaba por cierto, pero ella era una experta en volver la cara. O cubrirlo con su flequillo. Y eso no era justo, al menos para él.
Le descorrió el mechón rebelde de la cara, para verla con mayor claridad. Este gesto provocó a la chica, la cual le lanzó un manotazo, que él detuvo con la otra mano.
Es que realmente estar cerca de Angélica era una proeza. Su explosiva personalidad podía salir a flote en cualquier momento. Para luego alejarte de un golpe de su metro cuadrado.
Estar cerca de ella era intentar dominarle, y no te lo hacía algo fácil. Para que mentir, si no fuera tan complicado, no sería ni la mitad de divertido.
—¡Oye suéltame ahora!— chilló dejándolo parcialmente sordo.
— Olvídalo— dijo él con el mismo tono de ella de hace poco.
La chica estaba realmente enfadada. Intentó hacerle caer, con una táctica tan torpe como ella misma. Antonio con una agilidad increíble, la tomó de la cintura y la sentó sobre una mesa. Colocó sus dedos sobre las muñecas de ella, obligandola a mirarlo de frente.
— Cálmate— sentenció Antonio, diciendo la palabra con una seriedad que logró callar a Angélica.
¿Como podía ser tan ilusa, de no percatarse de lo que su simple cercanía provocaba? Ella usaba lentes, pero no era excusa para que fuese tan ciega. Él estaba loco por ella.
Y ahora la tenía realmente cerca. Le observó el perfil, el cabello, recorriendola con sus ojos por todas partes. Ella se sintió casi desnudar por esa mirada tan intensa, y tuvo el impulso de cubrirse con sus manos. Pero Antonio se lo impidió. Este era su momento, y nadie se lo quitaría.
Angélica estaba temblando nerviosa por su cercanía. Antonio no pudo soportarlo más. Se aproximó a su rostro, a esos labios que deseaba con tanto ímpetu, esos que había desgastado en sus sueños más locos. Tomó su boca salvajemente, casi como un poseído.
Ella se quedó quieta. Era la primera vez que sentía ese sentimiento tan poderoso, ese llamado a mandar sus prejuicios al mismo infierno, porque no valía la pena recordarlos ahora. En ese momento, Antonio la besaba con necesidad quemante, y ella anhelaba tanto sentirlo.
Así que correspondió a su gesto, con una pasión que llevaba encadenada desde hace tanto tiempo.
De la sorpresa, Antonio le soltó las manos. Ella enredó sus dedos en su cabellos, queriendo que ese beso durase para siempre.
El asombrado Antonio le mordió el labio inferior, y ella devolvió el gesto divinamente. Jugó con la lengua hasta que no pudiesen respirar. Enfadado por tener que separarse, él la miró nuevamente. No era un gesto que hubiese visto antes. Ella estaba totalmente rendida por ese beso. Angélica también lo observó a sus ojos, mientras se mordía los labios con lujuria desatada.
— No... no te detengas.— suplicó ella, en voz tan baja que casi no pudo escucharla.
Mas él sabía que ella no repetiría esa frase. Dominada y todo, pero la chica siempre era terca, orgullosa y muy propensa a molestarse. Y eso a él le encantaba.
Volvió a apoderarse de su boca, pero ahora la recorrió con mayor lentitud. Angélica reprimió un suspiro, correspondiendo el gesto.
Pero para Antonio esto no era suficiente. El deseo que siempre estaba acallado, ahora se sentía cada vez más, en cada uno de sus poros. Sus dedos comenzaron a recorrer con lentitud el rostro de ella, repasando como si siempre la hubiese acariciado. La chica se estremeció por sus caricias finas, se notaba que le estaba complaciendo. Se le escapó un gemido corto, bajo como un secreto solo para ellos. Él entonces siguió recorriéndole el cuello, los brazos, la espalda en una danza tan deliciosa como dolorosa para ellos.
"Tenemos que detenernos" Angélica quiso aferrarse a la ultima gota de cordura. Quiso soltarse de las manos de Antonio, pero él volvió a capturarla con sus ojos azules.
— Angélica...— susurro rendido a plenitud.— No tienes idea de cuanto te necesito.
Y ella mando su razón al carajo.
Se lanzó a sus brazos, para continuar recorriendo el rostro de él en medio de besos, caricias y jadeos sin control. Antonio aprovechó para abrirse paso entre las piernas de la chica, reduciendo su distancia al mínimo. Ella no pudo evitar soltar un suspiro lleno de deseo.
Él la tomó por la cintura. La alejó un poco para depositar besos en su cuello descubierto. Casi sin darse cuenta le quitó la corbata lanzándola lejos. Angélica tampoco se quedaba atrás, estaba desatando su camisa con desesperación.
Ninguno de los dos ahora tenía pensado detenerse.
Antonio recorrió las piernas de Angélica con sus dedos. Sin soltarla de la cintura, sin dejarle opción de escapar. Aunque a ella esa idea ni siquiera se le había cruzado por la mente.
Con decisión en sus ojos castaños, la chica lo tomó de la cintura, recorriendo con lentitud desesperante el cinturón de Antonio. Él totalmente descontrolado, le subió la falda sin miramientos. Angélica quiso cubrirse pero las manos de él se lo impidieron.
Ella sería suya, en ese preciso momento. Sin importar lo que dijeran los demás, la tendría entre sus brazos y le demostraría a todos que ella era de él.
Exacto eso es lo que diría si alguien entraba, sea quien sea. Angélica es mía y le haré lo que me venga en gana.
Estuvo seguro que ella le leyó la mente en ese momento. Con un gesto rápido le sacó el cinturón, mientras jadeaba sin poder controlarlo.
—¿Estás segura?— preguntó, sin saber como detenerse en caso de que ella se negara.
Como respuesta, ella se quitó la parte baja de la ropa interior, lanzandola lejos de su alcance.
Él volvió a retomar su postura. Mientras los dedos ágiles de ella se apresuraban en sacarle la parte de abajo de Antonio.
El chico volvió a mirarla. Se inundó de la mirada de ella. De sus mejillas rojas y su respiración frenética. Y comenzó a penetrarla con lentitud para no lastimarla.
Angélica se mordió la boca. Era un dolor placentero, y quería más de ello. Antonio se embelesaba de la sensación de sentirla de él, sentirse solo uno. Era demasiado increíble pero estaba pasando
La chica enredó sus piernas alrededor de la cintura de él, para que pudiese entrar mas en su interior.
La sensación de dicha, placer y satisfacción de ambos fue impagable.
—Te prometo que esto se pondrá mejor— dijo él mientras se movía dentro de ella con lentitud. Pero Angélica lo tomó por la cintura obligandolo a moverse más rápido.
—Claro que se pondrá mejor— sonrió lujuriosamente. Y Antonio se volvió a enamorar de ella con ese gesto.
Esto era demasiado para ambos. Con suerte podían respirar, mientras se recorrían con la lengua, los ojos, las manos. Ella dijo incoherencias entre jadeos, que él extrañamente respondía. Como si su conexión fuera algo más que física, sino espiritual. Se estaban entregando en cuerpo y alma.
Ambos estaban a punto de terminar en un orgasmo único, trascendental y ¿mágico? pensaron al unisono...
Y en ese momento... sonó la alarma.
Angélica y Antonio despertaron al unísono. Pero no juntos. Cada cual en su habitación, sudorosos y llenos de deseos reprimidos.
Ella suspiró cubriéndose la cara con las manos. Era la quinta noche y sus sueños se estaban volviendo imparables. Él realizó el mismo gesto... solo que estaba más acostumbrado a soñar con ella.
Y ambos por un instante tuvieron la certeza que él otro también había soñado lo mismo.
—Tonterías— dijeron al compás.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Parte II

Algunos afirman que la esperanza es siempre lo último que se pierde. En esta ciudad, casi la gran mayoría de los habitantes la han perdido. Sin embargo, existen pocos que aún tienen el anhelo de salvar la ciudad de su inminente desastre. Él es uno de estos soñadores, firme creyente de que el bien siempre podrá derrotar al mal. Un detective de bajos recursos, el cual siempre está en busca de nuevos retos, en pos de crear la justicia que tanto desea.

El detective recorrió la ciudad, sin saber bien a donde quería llegar. Vestía una gabardina de color café con un sombrero a juego, tenía el cabello oscuro, altura promedio y los ojos de un intenso color miel. La verdad es que cada vez que tiene un caso complicado, vaga por los rincones peligrosos de la ciudad. Una especie de adrenalina no lo deja estar quieto, en esos momentos donde su cerebro intenta revisar todos los detalles de las escenas del crimen.

Caminó por muchas horas sin encontrar respuesta. Suspiró frustrado, mientras se metía las manos en los bolsillos. Decidió ir a la parada de autobuses para llegar a su hogar, aunque la sensación de impotencia lo envolvía.

Recordó una cafetería, donde se servía un café bastante malo, pero que siempre tiene la virtud de despertar su cuerpo. Llegó muy pronto a aquel sitio, compró el vaso de café, caminó con cuidado hacia el lugar donde se sentaría durante unos minutos antes de marcharse, pero ya había una chica ocupándolo, vestía de negro, con los puños apretados y la mirada fija en un punto. El detective siguió la trayectoria de sus ojos, viendo como un policía intentaba atrapar al cual parecía ser un ladrón.

- ¿Qué ha sucedido? - le preguntó a la desconocida.

La chica lo observó de reojo, sorprendida de que a alguien le interesara el destino de otra persona, porque incluso se dio el tiempo de preguntar por ello. Sintió muchísima rabia en contra de todos, en esta ciudad la consideración hacia el otro era algo inexistente, además que alguien lo hiciera resaltaba lo bajo que la metrópoli había caído.

-Esta ciudad está podrida. - exclama para sí, sin contenerse.

- ¿Por qué lo dices?

Ella decidió no contestarle y  mantuvo la mirada en la escena, la cual comenzó a ponerse más violenta. El policía, sin ninguna paciencia y bastante molesto por lo ocurrido, atrapó al ladrón entre sus dedos, arrojándolo al suelo para golpearlo con saña. A nadie le importó la situación, porque era algo tan “normal” para los ciudadanos que francamente no importaba, pasaban de largo, algunos incluso miraban y reían.

- Por e... - murmuró entre dientes, más enojada que antes. Pero no pudo terminar su frase, porque él súbitamente tiró el café al suelo, rápidamente fue donde el policía y se interpuso entre los golpes que éste arrojaba sobre el ladrón.

- ¡Esto es asunto mío! ¡No te entrometas! - gritó el uniformado.

El detective ni siquiera le contestó, formando una cruz con sus  brazos en posición de defensa, para proteger al bandido de los golpes. En ese momento el policía se alteró, sacó la pistola de su bolsillo derecho, dispuesto a terminar con ambos de un solo tiro. Con lo que no contó, fue que la chica se moviera de su puesto, ubicándose detrás de él, para apuntarlo con un arma de igual calibre.

- Un movimiento más y no dudaré en apretar el gatillo - dijo ella calmada.- aparte a nadie le importará si lo hago.

El uniformado sintió el peso de la sentencia. Gracias al movimiento de la desconocida, la situación se dio vuelta, él se convirtió en un ser indefenso. Bajó el arma, de antemano sintiéndose derrotado, sin embargo su orgullo le impidió moverse del lugar.

- Lárgate.- dijo ella sin bajar la guardia.

El sujeto, molesto, observó con desprecio a los tres. Terminó por guardar la pistola musitando:

- No valen mi tiempo.- finalizó retirándose, farfullando que quién tuviese un arma se creería el dueño del mundo.

El joven de la gabardina miró con con sorpresa a la chica oscura, la cual observó de reojo al ladrón. El detective retrocedió un par de pasos, dejándole el paso libre al ladrón. Este fue a toda velocidad, hacia una pequeña niña que lloraba, vestida con harapos, con su cara sucia de tierra. Sacó un pedazo mugriento de pan que alcanzó a salvar, para que la niña pudiese comerlo. Sorprendida, la joven guardó el arma en el bolsillo, mirando al joven con curiosidad.

-¿Sí? -  preguntó el detective.

- ¿Esa es tu idea de hacer algo productivo? ¿Dejar que un hijo de puta te mate a golpes? - recriminó con sarcasmo.

-Era lo correcto - contestó con sencillez.

La joven le dedicó unas de sus sonrisas torcidas repletas de ironía.

- No sé si calificarte como valiente o un simple idiota.

El chico tan solo se tocó las magulladuras, intentando encubrir una mueca de dolor.

- Tal vez sea un poco de ambas - bromeó intentando amenizar el ambiente.

-Yo no bromeo - dijo seria la joven.

-Relájate un poco, no ves que estoy lastimado.- le sonrió a pesar de que el cuerpo le dolía bastante.

- No puedo hacer eso ¿acaso sabes dónde estamos viviendo?

-Aún queda esperanza por estos lares- señaló al padre de la chica.- porque él ha luchado por ella.- la chica también miro la escena, descubriendo que la pequeña parecía feliz, acunada en el pecho de su progenitor.

Juntos volvieron a la estación del bus. Ella se sentó dónde estaba desde el inicio. Él de pie, la miraba en silencio y luego preguntó:

- ¿Pensabas matar a ese policía? - dijo con preocupación.

-¿Por qué no hacerlo?... él estaba dispuesto a eliminarte.

-¿Quién eres para quitar y dar vida? - le preguntó enigmáticamente.

La chica se molestó ante aquel comentario.

-Solo te ayudaba. Parecías a punto de rendirte.- rebatió ella.

-Yo no me rindo nunca.- se defendió el detective. Ella perdió el control frente a esa respuesta.

-¡Acaso crees que con buenas intenciones, el desgraciado dejaría de golpearte! -gritó furiosa.

-Siempre vale la pena intentarlo. - contestó dispuesto a hacer valer su opinión.

-Me rectifico - ella se levantó más enfadada que nunca - eres verdaderamente un idiota, con ese pensamiento ni siquiera sobrevivirás un mes en estas calles.

-Si supieras que he vivido aquí toda mi vida... - comenzó a contarle.

Ella no quiso seguir escuchándolo. Tan solo se dio la media vuelta, dispuesta a no volver a hablar con ese tipo que se creía héroe, y no era capaz siquiera de defenderse a sí mismo.