domingo, 28 de agosto de 2011

Casualidad



Nota preliminar: Cuento pedido para un cumpleaños (El de Karen ^^) Aclaro que no tiene relación con ninguna historia ;D

Angélica salió del liceo hecha una fiera. Aún recordaba al idiota de Antonio, sonreírle con burla en la sala. Apretó los puños mientras se mordía la boca.

Sus amigos habían intentando calmarla en vano. Katte finalmente se rindió, saliendo hacia su clase avanzada, a la cual asistía todas las tardes. Se fue diciéndole a Ange, su mejor amiga, que olvidase lo ocurrido y dejase de tomarle importancia.

Por eso decidió ir a dar una vuelta por los alrededores. Mientras calmaba su respiración, con los tontos consejos de relajación que Katte le enseñó.

Pero no servía. Cada vez que cerraba los ojos, para pensar en un lugar que le trajese paz a su interior, el recuerdo la asaltaba. Cuando Antonio intentó besarla solo por un juego. Y eso solo provocaba mas rabia en su interior.

Angélica solo conocía una manera para desahogar la ira. Miró a todos lados, pero la calle parecía vacía. Aún así se sintió avergonzada, pero a la vez con la certeza que se calmaría al fin. Cerró los ojos, imaginó el rostro de él, la persona que tanto detestaba. Cerró el puño con fuerza y lanzó un puñetazo al aire con todo su enfado.

O al menos eso intentó. Porque el golpe fue a parar directamente a un chico. Quien demasiado distraído, salió de una tienda de víveres. Para su mala suerte, salió cuando Angélica estaba dispuesta a lanzar su golpe, con los ojos cerrados. Ambos estaban demasiado ensimismados como para percatase de la presencia del otro.

El desconocido calló sin golpe. Quedó de espaldas intentando recobrar el sentido. Ella se llevó las manos a la boca terriblemente avergonzada.

—¡Oh Dios mío!— chilló.

Como un gesto reflejo se arrodillo frente al pálido muchacho. Un poco de sangre salía de su nariz. Angélica rápidamente rompió su camiseta, para comenzar a limpiarle, sin saber mucho que hacer para reparar el daño.
El joven abrió los ojos. Eran de color miel intensos. Angélica pensó de inmediato que a lo mejor era buena persona. Luego sacudió la cabeza mientras decía.

—¿Me escuchas?— preguntó afligida.

En cambio Rafael, el nombre del muchacho que aún no podía pararse, observó con extrañeza a la chica que estaba a su lado. Era delgada, de piel morena y ojos chocolate. En su cara se reflejaba una enorme angustia.

—Tranquila…— balbuceó algo confundido— me encuentro bien.— he intentó sonreírle.

Angélica lo empujó con delicadeza en el suelo.

—Lo siento mucho. No pensé que alguien pasaría —explicó sin tomar aire.— aunque a decir verdad.
Rafael la irrumpió levantando su mano.

—Tampoco estaba muy atento al camino.

Se levantó intentando tranquilizar a la joven. Angélica se sorprendió de su pronta recuperación. Ella se levantó, con el trozo de tela en su mano.

—Déjame limpiar esto al menos— se aproximó avergonzada.

—Es la primera vez que me rompen la nariz— él parecía contento, y ella intentó no reírse— lo digo en serio. Debes ser la chica más fuerte que conozco.

—No me lo puedo creer— Angélica no pudo evitar sonreír— esperaba cualquier reacción menos esta. Dudaba incluso de quedar con mis papeles limpios. Te veía ya llamando a la policía. — Hizo el gesto de comillas con sus dedos— “la peligrosa chica que reparte golpes a diestra y siniestra”.

El joven se carcajeó divertido. Angélica revisó el improvisado pañuelo dándose cuenta que había parado de sangrar.

—Me llamo Rafael. Estudio por aquí cerca.

—Lo supuse. Este uniforme es bastante costoso. No sabía que había llegado tan lejos de donde vivo.— repuso preocupada por la lejanía.

—Te acompaño. Me sobra bastante tiempo.

—¿Cómo no sé que eres un peligroso psicópata?

—Aunque lo fuese, dudo representar un peligro para ti— señaló su nariz con burla. Ambos se rieron con alegría.

—Me llamo Angélica. Mucho gusto.

—¡Como los ángeles!

—No me lo recuerdes— dijo poniendo cara de fastidio.

Ambos siguieron el camino hacia la casa de la chica. Estuvieron conversando de variados temas. Ambos eran fanáticos empedernidos de juegos de video, temas paranormales y series de anime.

—Vives lejos.— comentó Rafael— ¿Cómo llegaste tan lejos?

—La verdad es que intentaba calmarme. No tuve un buen día.

—¿Cómo es eso?— preguntó interesado. Angélica suspiró.

—Pues tengo un compañero de clase que vive fastidiándome. Me comen los dedos por golpearlo, pero es novio de una amiga.— suspiró— no sé que hacer. Mis amigas me dicen que lo ignore. ¡Pero es tan idiota!

—¿Todo el tiempo te molesta?

—Todo el tiempo— recalcó la chica con pesar.

—Pues para mí debes gustarle— a Angélica se le deformó la cara al escuchar eso— no parece tener otra razón de peso para hacerlo. Si te odiara de veras, al menos intentaría ignorarte.

—Estás equivocado— repuso con convicción— una vez pudo besarme… pero…

Ella se quedó en silencio. Ahora que el enfado se había retirado, la pena la invadía cuando recordaba. Se sentía verdaderamente fatal cuando recordaba que su primer beso hubiese podido pasar… por una simple y absurda broma. Rafael la miró con cara de pregunta.

—Fue por un juego— se le cortó la voz— pero no lo hizo porque le gusta su novia. Aparte mírame— se señaló con el dedo— no soy la gran cosa.

—Yo no lo creo así. Pero recién te conozco. Aún así piensa lo que te dije. También es un tonto por herirte de esa manera. ¿Se ha disculpado por eso?

—Pues no

—Lo ves es un tonto.

—¿Y tú? ¿Tienes a alguna idiota rondandote?

—Ya quisiera yo— se río.— la chica que me gusta no sabe que existo. Ha estado involucrada con medio instituto. Pero yo no lo creo— comentó suspirando— no puede ser tan mala si es tan callada. Aparte no tiene cara de mentirosa.

—Eres una buena persona. Me pasa algo parecido con el chico que me gusta. Se llama Armando… pero cuando intento acercarme a él, me tiembla todo el cuerpo, me pongo roja…— se calló dándose cuenta de algo importante— y no sé porque te he contado todo esto— finalizó riendo.

—Yo tampoco sé porque te he hablado de Sade. Si así se llama— dijo respondiendo a la pregunta no dicha por Angélica.

—Que nombre tan extraño.

Estaban a punto de llegar a la casa de ella. Angélica se dio vuelta apenada.

—Llegamos. Fue un gusto conocerte Rafael.

—También el mío. Nos veremos de nuevo.

—Claro.

Antes de irse ella le dijo alegremente.

—Ha sido la mejor casualidad de la vida. Me alegra que no llamaras a la policía.

—Dicen que las casualidades no existen.
Y con esas palabras se despidieron. Con la esperanza de que nuevamente las casualidades los reencontraran.

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