sábado, 6 de agosto de 2011

Eco



La joven se arrojó sobre el pasto cerca de un lago. Sus ojos estaban empañados de lágrimas cristalinas. Estaba enferma, demasiado abrumada por todo lo ocurrido.

Se arrojo al suelo de espaldas, mirando el cielo el cual estaba oscureciendo. Puso su brazo sobre su rostro, aguantando firmemente las ganas de llorar.

De repente el sonido de pisadas la alertó. Anthe permaneció recostada en el suelo, intentando pensar en como escapar, de quien fuera que intentaba acercársele.

Anthe se paró rápidamente. Miró a una esquina donde unos matorrales se movían. Se aproximo aunque no tenía con que defenderse.

—¡Quien está!— gritó mientras se asomaba…. Solo eran un par de ardillas que correteaban en busca de alimento. Suspiró algo mas tranquila.

Y entonces al darse la vuelta lo vio. Era un muchacho de complexión fuerte. Vestía una armadura sencilla, portaba una espada que lucía pesada. Su hombro estaba herido.

—¿Qué haces aquí?— le reprochó en voz alta.

La joven siguió observándolo algo perdida.

—Yo… llegué aquí. Más por mala suerte que otra cosa.

El muchacho frunció el ceño. Y ella escuchó claramente en su mente. Mientes, eres igual al resto. Se aproximó con claras intenciones de atacarla.

—¡Digo la verdad!— chilló algo asustada, cubriéndose la cara con las manos.

De la impresión, el joven detuvo su mano en la empuñadura de su espada. Observó los orbes claros de Anthe. Ella lucía a punto de ponerse a llorar.

“Imposible” pensó Alexander.

Ella lo observó, algo extrañada. Nuevamente un extraño eco había resonado en su mente. Una vaga palabra que aun se sentía en su mente.

—Como sea… yo— balbuceó aún nerviosa— me marcho. Dándose la media vuelta dispuesta a huir mientras pudiese.

—Te buscan… ¿o me equivoco?— habló el joven.

Lívida Anthe detuvo sus pasos.

—No solo te busca el Imperio— siguió hablando— también la Rebelión de la Rosa Roja.

Y la joven sentía que se desmayaba.

—¿Cómo… puedes saberlo?— continuó mirando a sus ojos claros.

—Que tonta eres. Si eres fugitiva no deberías contárselo a medio mundo.

El rubor subió rápidamente a las mejillas de Anthe. Cruzó sus brazos en un claro signo de protesta.

—Sígueme— le espetó el extraño.

—¿Seguirte? — Repitió enfadada — ¿Realmente me crees tan tonta de hacer eso?

Él sonrió sarcástico.

—No durarás ni un día sola. Y eso lo sabes.

Ella quiso responderle. Pero lamentablemente el desconocido tenía toda la razón.

—¿Cómo te llamas?

—Alexander.

Siguió caminando recto por entre los árboles. Anthe dudó por un segundo de seguirlo, pero pronto comprendió que estaba perdida.

Para bien o para mal tenía que seguirlo. Así que lo hizo.

1 comentario:

  1. Niñita ingenua no lo hagas!, no lo sigas!

    ojalá esto no termine mal :(

    Te Amo bebé espero el próximo con ansias ♥

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