miércoles, 17 de agosto de 2011

Quiebre


Ella usó mi cabeza como un revólver, e incendió mi conciencia con sus demonios

María llegó a la casa de Rafael, con sus manos repletas de libros. El chico la había llamado para estudiar juntos. Estaba contenta por ello, ya que Rafael había estado algo distante estas últimas semanas. Quizá ahora había recapacitado y su relación podría volver a como era antes.

Con algo de dificultad, tocó el timbre y esperó.

—¡Voy!— se escuchó desde el segundo piso.

—¡Hola María!— saludó cuando le abrió la puerta.

—Hola— sonrió con dulzura.

Ambos subieron a la habitación del chico. Esta era de paredes azules, adornado con algunos posters de videojuegos, música y deportes. Una repisa guardaba unos pocos libros, bajo este estaba el escritorio donde se encontraba el computador.

La chica se sentó en el borde de la cama, observando su alrededor con alegría. No sabía cuanto había extrañado la compañía de Rafael. Este llevó la silla de su escritorio para quedar enfrente de María, sus ojos miel estaban cargados de preocupación.

—¿Qué sucede?— ella tomó sus manos intranquila.

—Pues no sé por donde comenzar.

Rafael tomó con fuerzas los dedos de la chica. Ella se ruborizó.

—¿Tú siempre serás mi amiga?

—¡Claro!

—¿Pase lo que pase?— preguntó mirándola a los ojos.

Un súbito presentimiento se coló en el pecho de María.

—¿Se trata de Sade verdad?

Él no le respondió. La chica soltó sus dedos, parándose indignada.

—¿Qué? ¿Te has dado cuenta lo mala persona que es?

—¡No, eso no es!... y no hables de ella, tú no la conoces.

—¡Por favor Rafael!— contestó— ¡Sabes perfectamente que es verdad! ¡Esa chica se ha metido con medio instituto!

Él la miró con desprecio. María sintió que moría ante esa mirada fría.

—No hay caso de hablar contigo… pensé que me apoyarías. Pero lo único que sale de ti son críticas. Me has decepcionado profundamente.

—Rafael…— María lloró mientras intentaba hablar— solo no quiero.

—¿Qué? ¿Quieres protegerme de ser un idiota por confiar en ella? ¿Acaso crees que no sé eso?

Ella lo observó sorprendida. Él se asomo por la ventana con aire de tristeza. María se aproximó a él, tocándole el hombro con delicadeza.

—Lo siento— se excusó— la verdad es que…

¿Tenía sentido decirle lo que sentía por él ahora? ¿Qué estaba más enamorado que nunca de una chica que jamás lo valoraría como ella?

—Estaba muy preocupada.

—Descuida… lamento haber hecho tamaño escándalo.

—No te preocupes.

Y como una valiente María escuchó al chico contarle sobre todos sus problemas con Sade. Ella le dio sus mejores consejos, adornados con una falsa sonrisa.

—Lamento quitarte tanto tiempo— Rafael la miró apenado.

—No te preocupes… pero mejor me voy a mí casa.

Ella no permitió que él la acompañara a casa. María se fue pensando en que esa chica era el demonio mismo. Como bien le había contado su mejor amigo, no hablaba con confianza con él, no se abría y solo le decía cuanto lo hastiaba. Pero Rafael estaba convencido de poder cambiarla. “Nadie puede ser tan malo” y ella quiso responderle alguna tontería, pero para mantener la paz se quedó callada.

—Maldita…

Se fue pensando en insultos para ella, hasta que se acostó en su cama.

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