jueves, 7 de enero de 2016

30 días - 30 relatos/ Día 3

3.Si pudieras ir de vacaciones a cualquier lugar en el mundo, ¿a dónde irías? Usa detalles vividos y prosa para describir la experiencia que te gustaría tener.

Muchos piensan que las vacaciones comienzan en el momento que llegas al lugar… pero no es así, la aventura de viajar empieza desde mucho antes.

Siempre quise conocer París, la ciudad de luces. Quizá porque tan solo cuando pronunciaba su nombre, saboreando las sílabas con gula, podía hasta imaginarme el olor a café que inundaría ese lugar (no me pregunten por qué, pero en mi mente París huele a esa infusión)

Tal vez porque allí se encuentra la Mona Lisa y la Santa Cena juntos, en un hermoso museo digno de admirar desde afuera. Louvre (otro nombre que me encanta pensarlo, pero no decirlo porque sueno como retrasada) tal vez cuando fuese a París, tan solo me sentaría al atardecer a contemplar el museo iluminado.

O recorrer la ciudad en busca de historias. Todos tenemos esa idea romántica, trascendental y mágica que tiene París (tal vez solo sea imaginación mía… o simple construcción social) pero pienso que allá la comida sabrá mejor, las calles están más limpias y las librerías estarán más baratas.

La preciosa campiña francesa, donde proliferan los campos verdes, las iglesias masónicas y el cielo más claro. Estaría buscando el símbolo de la rosa por todas partes, inventándome sectas, secuestros y aventuras.

Pero supongo que jamás iré a ese lugar. No tanto por dinero, tiempo u obligaciones. No, jamás 
visitaré, recorreré ni visitaré ese París…


Por qué solo existe en mi mente. 

miércoles, 6 de enero de 2016

30 días - 30 relatos / Día 2

2.Abre un libro al azar y elige una línea. Usa esa línea como el comienzo de tu historia y continúa escribiendo. Escribe lo primero que se te venga a la mente y no lo revises.

 “Cumbres Borrascosas – Emily Bronte”

 —Te iba a contar todo esto, pero estás de muy mal humor y no mereces que lo haga. — sentenció tajantemente.
 —¿No lo merezco? — reaccionó ella inflando sus mejillas.

Él pensó que se veía adorable, pero se dio un golpe mental. Ya no eran tiempos para pensar en ella, ni sentir su calor, ni mucho menos ser su salvador. Jamás volvería a ser lo que eran antes.

 —Yo tan solo— replicó ella enfadada— tan solo quiero saber porque has dejado de hablarme.

 Él quiso reírse en su cara. ¿Dejado de hablar? ¿Es que para ella todo se reducía a lo que podía sentir? Siempre había sido así, demasiado egocéntrica para él. Extrañamente también le gustaba ese aspecto… pero ahora lo detestaba.

 —¿A qué te refieres exactamente? — contestó el chico desviando la mirada fingiendo molestia.

La frustración creció a niveles insospechados en la chica. Lo tomó bruscamente de la solapa de su camisa para acercarlo a su cara. Él volvió a sentir esas miles de mariposas, los nerviosos, las manos sudadas y la cara roja a punto de explotar. Pero no lo haría, ¡no lo permitiría! ¡Era demasiado! Alessia (el nombre de la chica aclaremos) siempre supo de sus sentimientos, de su amor incondicional y cariño eterno. Sin embargo… era demasiado para esperarla a que ella se decidiera. Eduardo no quería seguir esperándola.

 —Suéltame— bruscamente le soltó las manos.

Alessia se quedó de una pieza ante ese comportamiento.

 —Eduardo…— reclamó despacio.
 —¡De verdad detente! — explotó— ¡Te crees la séptima maravilla del mundo o qué!
 —¡Nosotros éramos amigos! — replicó la joven tragándose las lágrimas— eras mi hermano, mi caballero y pilar… ¡Como osas dejar de hablarme! ¡Dijiste que jamás me dejarías sola!
 —Idiota— susurró él.

 Esteban la observó por última vez. Y tomó una decisión que le partió el alma en dos. Era la única salida de ese laberinto doloroso en la cual los tres estaban involucrados. El novio de Alessia, ella y él.
—No pasa nada importante— dijo sin mirarla— solo que ahora he decidido que eres la persona que odio.

Ella se quedó aún más quieta.

 —Eso no…
 —¡Claro que sí! — le rebatió enfadado— ¡Es que me quitaras hasta ese derecho también, estúpida princesa malcriada!

Alessia no volvió a mirarlo. Su novio le compró otro regalo al verla tan triste. Y Esteban tan solo encendió otro cigarro más. Jamás se volvieron a encontrar.

martes, 5 de enero de 2016

30 días - 30 relatos/ Día 1

Mucho, mucho tiempo sin escribir como debiese. Para poder calentar los motores para este 2016 que recién empieza, he decidido tomar un reto en conjunto con mi hermana. Claro que ella dibuja y yo escribo x) Así que aquí tienen el primer día de 30 días - 30 relatos.

1. Comienza una historia con "Había una vez..."




Había una vez en una sala de clases ordinaria, un chico observaba por la ventana el mundo pasar. Siempre lo hacía sin saber muy bien el por qué. Cada día que pasaba esperaba ver a esa persona. Muchas veces escuchó de las bocas de sus compañeros el concepto de “enamorarse” “caer rendido” “amor a primera vista” pero él jamás lo había experimentado. Nunca vio a una chica que lo dejara atontado, sin habla y mucho menos rojo como un tomate maduro.

Alondra, su compañera de puesto, se sentó mirándolo de reojo. Como todos los días lo saludó solo con un gesto de la mano. Después sacó un enorme libro (como todos los días) y se dedicó a ello hasta que llegó la profesora.

El chico observó a Alondra de reojo. Ella siempre realizaba sus hábitos con prolijidad, sacaba buenas notas sin hacer alarde, siempre callada y concentrada en sus enormes libros. No era bonita (eso hasta él lo sabía) pero le gustaba acompañarla cuando leía callada. Era lo más estable de su vida… pero no tenía ganas de evocar su existencia.
Y en ese momento…

 — ¿Qué te sucede? — Alondra lo miró directamente a los ojos. Fue la primera vez que el chico vio sus expresivos ojos verdes.
— Nada… — respondió un poco confundido por la pregunta.

La joven lo observó por un segundo interminable y volvió a su libro.

Después de ese día Esteban jamás volvió a mirar por la ventana. Lo que hacía era esperar pacientemente a que Alondra llegase, para luego pretender que miraba hacia otro lado. La joven siempre le preguntaba todos los días si le sucedía algo, y el respondía lo mismo que el primer día que hablaron: “Nada”

Y un día Alondra no vino. Esteban la esperó pacientemente. Tampoco al siguiente, ni al subsiguiente. Al tercer día el chico decidió que no era suficiente solo esperarla. Decididamente (ni supo cómo) llegó a su casa.

Y ella fue quién abrió la puerta. A pesar de que estaba despeinada, en pijama y con la nariz roja de tanto resfriado… Esteban por primera vez entendió ese sentimiento que tanto le habían descrito. Ese pequeño, delicado y frágil rayo de luz que envuelve a la persona que te gusta, ese latir incontrolable y esas ganas desesperadas de querer protegerla a toda costa.

Ella preguntó:
— ¿Te sucede algo?

Y el tardó toda una tarde en responderle. Ella sonrió de vuelta ante tal testamento.
Tuvieron muchos días para responderse mutuamente.

jueves, 17 de septiembre de 2015

El breve espacio en el que aún estás


En el breve espacio en dónde aún estás dueles de forma infinita. Los recuerdos se aglutinan en las paredes y adornan el caos de mi corazón roto. 
En el breve espacio dónde aún estás siempre huele a tu ausencia y llueve sobre tu rostro brumoso.
en el breve espacio dónde aún estás siempre se escuchan tus promesas (que nunca cumpliste) tus te quiero (que fue mentira) y tú cuídate (que no creí nunca) 
Pero no te preocupes, porque el breve espacio donde aún estás, cada día se vuelve más breve, más efímero, más escaso, más perdido, más inútil....

Purificar


Saqué tu trenza del cajón, tu trenza, tus descuidos y enojos inconstantes para arrojarlos al fuego más cercano.
Porque como dicen por ahí las llamas purifican el alma. 

Cruel


Yo voy por ahí enterrándome recuerdos falsos, hablando lenguajes inventados y comiendo comida imaginaria. 

jueves, 10 de julio de 2014

(I)limitado

-       ¿Sabes? – comentaste mientras cortabas la carne con delicadeza – me dedico a matar gente.
Y a mí se me fue el color de las mejillas. Mi primer pensamiento era que esto debía ser una broma, una de esas malísimas que solías comentarme para disgustarme, como cuando me decías que no te gustaba mi comida, o que le falta azúcar a mi té.
No era nada parecido. De hecho, seguiste comiendo con serenidad, y yo observé mi plato con disgusto. ¿Matabas gente? ¿En serio? ¿Dónde? ¿Por qué razones? ¿Acaso era seguro estar comiendo? Mis pensamientos estaban atropellándome al punto de nublarme la vista. Quise ponerme de pie, pero cosa extraña no me detuviste, incluso cuando roce la perilla de la puerta.
-       Acaso recuerdas que las copias de las llaves las tengo yo ¿verdad? – comentaste desde el comedor, y yo me petrifique en la entrada – las ventanas están con barrotes querida, así que te recomendaría permanecer cerca de mí – y reíste, devorando tu carne como si nada hubiese pasado.
El corazón me palpitaba muy rápido, mi mente decía que tenía que huir, que no fuera estúpida, que buscara algún arma para defenderme. Pero algo más poderoso que yo, me impulso a devolverme a mi puesto, sentarme en él y comenzar a jugar con mis servicios.
-       ¿Quieres preguntarme algo amor? – respondiste luego de terminar tu comida. Te acomodaste con los brazos cruzados, mirándome con tus ojos verdes y tu expresión de ganador.
¿Preguntar? ¿Acaso estaba demente? ¿Quería que tuviera pruebas de sus crímenes? ¿Quería hacerme cómplice de sus actos? ¿Deseaba una especie de conciencia que le comentase, sabes está mal matar personas?
-       ¿te conviene que te pregunte? – estallé con voz quebrada - ¡Acaso cambiara algo que te haga preguntas sobre esto!
-       Aún estás en shock – comentó mientras se levantaba, sacándose su chaqueta para colocarla en mis hombros – deberías calmarte y pensar mejor – dijo depositando un beso en la comisura de mi boca.
Y yo… por muy estúpida que pareciera, decidí pensar, preguntarle, saber porque realizaba tales actos.
-       ¿Te pagan?
-       No.
-       ¿Lo haces por gusto?
-       Tampoco.
-       ¿Tienes algún raro fetiche sexual?
-       Esas cosas las hago contigo – sonrió.
-       ¿Entonces… por qué?
-       Solo cuando estoy aburrido.
El diálogo había brotado entre nosotros como disparos de bala. No quería detenerme… no podía detenerme a estas alturas.
-       ¿Dónde matas a la gente?
-       En el sótano nunca nadie va allá
-       ¿acaso nadie te ha escuchado?
-       Hay pocos vecinos en esta área.
-       ¿Vas a matarme? – estallé nerviosa incluso parándome de la silla.
Él sostuvo mi mirada por un momento interminable. Sostuvo sus manos en mi cintura, delicadamente como cuando bailábamos vals sin mucha coordinación. Volvió a sonreírme.
-       Claro que no. A ti te amo, y es más – sonrió satisfecho – tú también me amas, así que no le dirás nada a nadie, soy un hombre afortunado.
-       ¡Qué! – grité con todas mis fuerzas - ¡estás loco que yo…!
Y se me quebró la voz, porque entre todas las posibilidades que había pensado sobre él, nunca se me ocurrió dejar de quererlo, de estar a su lado, de alejarme de su vida. Yo era una estúpida, pero le amaba independiente de lo que fuera.
-       Te odio.
-       Es mentira – y volvió a abrazarme - ¿sabes? No me mates, pero te he estado bromeando.
Mi cuerpo se tensó, observé su risa imborrable, sus gesto de siempre, junto a su jovialidad. Quise matarlo en ese instante, pero algo en su mirada me detuvo. Ese sentimiento que se colaba en mi pecho ¿y si fuera verdad?
-       ¿acaso importa que sea verdad? – comenté sin mirarlo – vamos a comer postre.
-       Espera… ¿no estás molesta?
-       ¿en serio quieres saber lo que pienso?
Por primera vez en esa noche, vi que una sombra de duda cruzaba en tu rostro. Casi sentía que podía leer tu mente ¿acaso se hubiera quedado conmigo?. Para colmo sí, me hubiese quedado a su lado. Aunque eso me convirtiera en asesina, monstruo infame…
Porque yo haría lo que fuese por la persona que amo.
-       No – respondiste – oficialmente estoy asustado.
Sonreí.

-       No deberías hacer ese tipo de bromas. – dije concluyendo el tema, mientras servía la gelatina roja en nuestros platos. 

domingo, 12 de enero de 2014

De cuando en cuando...

Siento
que
me 
desmorono
en palabras

en frases sueltas

en versos inútiles, 

y comas sin gracia


que 
t o d a s 
las palabras se pierden

y que
puedo
sentirme 
más
p e r d i d a 

que

NUNCA

Me
r e a r m o de a gotas
algunasunpocoalocadas
otras más sencillas

otras sin ningún significante
pero que al menos SIGNIFICAN

entonces retomo el rumbo, en medio del caos que significa entenderme. Tomo cualquier cosa y escribo, escribo y sigo escribiendo

Sin importar nada más que la sencilla razón de la belleza que desborda arrojar líneas en la hoja blanca

que
      se 
          juntan
                    para
                           llevarme
                                         al

PARAÍSO. 
                                         

martes, 22 de octubre de 2013

Extrañar(te)

Te extraño, sí, así de categórico y fatal. 

Abro el word y solo tengo tu imagen en mi cabeza. 
Te extraño, así en negrita y destacado. 
Abro el refrigerador y saco una fruta. 

Te extraño, ahora en cursiva. 

Abro mi cuaderno e intento anotar algo, pero nada fluye de entre los dedos, mis pensamientos y los lápices de muchos colores. 

Te extraño, subrayado como si idiotamente fuese a olvidarlo. 

Abro mis ojos y solo te veo a ti sonriéndome.

Te extraño, ahora sin cursiva, rayado o destacado, porque no hay manera de que pueda extrañarte más de como lo hago ahora... 

O quizá sí, porque justo ahora que acabe de escribir(te), sé que volveré a extrañar(te)... mucho más que antes. 

martes, 15 de octubre de 2013

(Re) Encuentros



¿Y tú crees en verdad que es tan fácil estropear un amor de golpe? ¿De veras piensas que es tan sencillo quitar tanto sentimiento de golpe y sin prisa? Querida, a veces no se trata de encuentro, sino de desencuentros. A veces no se trata de perder oportunidades, sino de nunca querer crearlas. A veces no se trata solo de destino, sino de arrojar los brazos y no querer al menos, romperte todo el corazón con tal de volver a intentarlo.
Tal vez no se trate de nosotros, sino de lo que no puedes ser.

jueves, 27 de junio de 2013

La alquimista de palabras

Hace mucho tiempo, en un lugar lejano había un enorme bosque. En el centro del mismo, una alquimista de palabras vivía. ¿Y qué hace una alquimista, de ese tipo me dices tú? pues verás, la muchacha le creaba realidades, recuerdos, opciones, argumentos y diálogos a quienes se lo pidiese. La alquimista rara vez cobraba por sus servicios, porque a ella le hacía feliz crear finales felices. 

Un día por aquellos lugares, apareció una preciosa princesa, de cabello largo, labios rojos y sonrisa perfecta. La cual, no podía mostrar en esos momentos porque lloraba desconsoladamente en el portal de la joven hechicera.

-          ¿Qué te sucede?
-          Es que… - lloró aún más – mi príncipe, el que está destinado para mí… él – se mordió la boca - ¡no me quiere ni me querrá nunca!

Se arrojó a los brazos de la chica, la cual solo atinó a acariciarle los cabellos con ternura. Era muy común que chicas como ella aparecieran en su puerta, y era bastante fácil arreglarles su problema.

-          Es algo muy simple – le dijo intentando calmarla. – es cosa de que vayas donde una conocida mía, hace unas maravillosas pociones de amor.
-          ¡No! ¡No quiero! ¡Quiero que me quiera a mí, no a una infusión! – la miró enojada – quiero que tú me ayudes a que me quiera.

Sin saber precisamente como ocurrió, la alquimista se vio en medio del plan de la joven. La cual era que ella le dijera que hacer, en el momento que se encontrara con el príncipe. Todo el tiempo, la alquimista le diría la palabra precisa, para poder enamorarlo con palabras.
            ¡Esto es una tontería! ¡Nadie se puede enamorar de las palabras! Pensó la hechicera, claro, con la excepción de ella. Era la única que podía entender lo especiales y valiosas que eran. Al menos, eso creía ella con convicción.

            Estaba detrás de un viejo árbol, mientras la princesa se paseaba nerviosa, casi mordiéndose las uñas en medio de la ansiedad. Entonces, el príncipe apareció. La alquimista le observó un segundo. No era tan guapo como se lo habían descrito, pero tenía unos bonitos ojos verdes. Aparte de eso, ella no le vio ningún atractivo.

-          ¡Hola! – soltó la joven - ¿Cómo has estado?
-          Escucha – el joven se tocó las cejas – no sé cuantas veces te he dicho que las chicas como tú no me interesan.
-          ¡Espera! Tan solo habla conmigo – le suplicó mirándolo – una vez y te prometo que nunca más vuelvo a aparecer en tu vida.
-          De acuerdo – el joven se dio la vuelta – dime entonces, volviendo a lo ultimo que te pregunté ¿Cuál es tu sueño?

La princesa se dio la vuelta también, mirando con cara de angustia a la alquimista. “Tiene que ser una broma” pensó la joven, suspiró y dijo:

-          Sueño con viajar a alguna parte, donde sea realmente no importa. Sueño con crear historias bellas. Sueño con lugares que no he visto, personas que aún no conozco – dijo con voz suave – quiero que todos en todos los lugares de la Tierra, escuchen mis sentimientos… y puedan entenderlos.

Sin percatarse la alquimista le hablaba de su propio sueño. El príncipe se giró para mirar a la princesa, dándole vuelta por los hombros.

-          ¿Es eso cierto? Porque yo sueño con encontrar a alguien que quiera vivir aventuras a mi lado. Alguien que no se queje, sea creativa y no le preocupe el lugar donde la lleve.

La chica que estaba detrás del árbol casi no pudo reprimir su emoción. ¡Ella también quería a alguien así!

-          ¡No lo puedo creer! ¿También te gusta leer?
-          Me gusta, pero no tanto como crear canciones.

La alquimista de pronto olvidó su verdadero cometido. Le comenzó a narrar hechos de su vida, cosa que él también hizo, siempre sonriendo. Se dijeron sus sueños, metas y anhelos, sin poder creer semejante coincidencia. Ella le confió que le temía a la oscuridad y él le dijo que no le gustaba el fuego. Ambos terminaron mirándose fijamente, embobados sin saber que más seguir hablando.

Pero, el príncipe nunca pudo mirar a la verdadera joven detrás de las palabras. En todo momento, la princesa repetía el dialogo, no muy convencida al principio, pero después encantada por los gestos que le dedicaba el joven.

-          ¿Entonces que me dices? – preguntó la princesa - ¿te gustaría volver a verme?

El joven le dio un delicado beso en la frente.

-          Me encantaría – dándose la vuelta se marchó, agitando el brazo en señal de despedida – ven a verme cuando quieras.

La princesa no cabía en sí de felicidad. Fue detrás del árbol, donde abrazó efusivamente a la alquimista, la cual se sentía el ser más miserable de este mundo.

-          ¡Muchas gracias! – gritó dejándola un poco sorda – sabía que tú podías ayudarme a conseguirlo.

Incrédula, la joven se soltó del abrazo, para mirarla severamente.

-          ¿Lo haz engañado? ¿acaso no te da vergüenza?
-          Vergüenza me daría tener que usar una poción. Él se ha enamorado de mí ¿acaso lo viste mirar a otro lado? A no ser que se haya enamorado de toda tu palabrería. Solo necesitaba su atención más de dos segundos. Seguramente se ha percatado que soy muy bonita.

Palabrería, la palabra le retumbó en la mente durante un rato incalculable. Sintió que ella no tenía el derecho de quedarse con ese final feliz. Que lo merecía ella, y nadie más que ella. Pero…
Suspiró mientras se alejaba, la joven princesa le gritó que le mandaría un suculento tesoro en cuanto se casara y fuera feliz para siempre. La alquimista ni siquiera le prestó atención, mientras llegaba a su cabaña cerrando la puerta lentamente detrás de sí.
No quería llorar, eso hubiese sido demasiado para alguien como ella. Había sido demasiado orgullosa, pensando en que nadie quería a las letras como ella, pensando ilusamente que nunca querría encontrar un final feliz para ella.
Pero lo más triste es que para ella,  la alquimista de palabras, nunca habría un final feliz, de hecho ni siquiera habría un final. Estaba condenada a observar como todos los demás encontraban su destino, su felicidad. Menos ella, la cual siempre estaría allí para crear finales, pero no para poder inventar el suyo propio.
Lloró amargamente durante casi toda la noche.

lunes, 20 de mayo de 2013

Caos

En 
medio
del 
caos
yo 
te
ENCONTRÉ

¿O tú me hallaste a mí? 

jueves, 25 de abril de 2013

Accidente

"Accidente encontrarnos de casualidad en la misma clase. Atroz destino desdibujado en las manos mirarnos a la cara. Mala decisión observarte con ganas de asesinarte y exclamar con toda la ira: ¡ Salúdame!
Pésima elección detestarte...
Pero ¿sabes? sigues siendo el accidente más bonito que ha pasado en mi vida. Sigue desordenando mi existencia, alterando mi pulso y hacerme enojar... porque no hay nadie más en este mundo que me altere como lo haces tú."

jueves, 27 de diciembre de 2012

Parte IV - B


Parte cuatro B

Anteriormente se recuerda parte del pasado de Carlos. Ahora, él junto a Alicia, han llegado a la guarida de una de las mafias más importantes de la ciudad. Allí son acorralados entre los matones en el salón principal del edificio, allí  se generó la siguiente situación:

—¡Hey tú! ¡Qué quieres idiota!— gritó él más fornido de todos.
— Nada en particular, solo llevame con el inútil de tu jefe— respondió con una sonrisa como siempre lo hacía.

“Mierda” pensó Alicia, eran demasiados sujetos, incluso para la rapidez de sus movimientos. Lentamente sin hacer ruido alguno, deslizó las cuchillas por sus mangas, escondiéndose para atacarlos en cualquier momento.

—Desgraciado... yo te enseñaré lo que es bueno— dijo ante las palabras del detective. Se arrojó sobre él, con el puño en alto, dispuesto a partirle la cara. Alicia rápidamente salió de su escondite dispuesta a apuñarlo...

Pero el sujeto en vez de darle un puñetazo en la boca, se detuvo en el último instante, extendiendo la mano con una gran sonrisa. El detective respondió al gesto, estrechándola con simpatía.

— ¡Cuánto tiempo Carlos! ¿Cómo haz estado?

Ante tamaño giro de los acontecimientos, Alicia se detuvo en seco, quedando quieta detrás de la espalda del detective, sin tener idea de que sucedía.

— He estado mejor— bromeó.
     ¿Qué te trae por acá?
—De verdad necesito hablar con tu jefe. Tengo un caso complicado.
—Creo saber a qué te refieres— comentó con algo más de seriedad— te llevaré de inmediato con él... ¿vienes con ella?— preguntó señalando a Alicia.
     ¿Ella? Ah sí, es mi guardaespaldas.— se rió por lo bajo. Al escuchar esas palabras, la chica le dió un puñetazo.
— Nunca cambias ¿eh? alguien terminará matándote un día de estos.— replicó divertido el desconocido.— pasen a la oficina.

Los tres se dirigieron al quinto piso. Alicia, no podía creer lo sucedido, preguntándole en voz baja.

     ¿Desde cuándo que eres amigo de ellos?

El matón logró escucharla y decidió responderle.  

—Carlos es conocido aquí desde que salvó a la hija del jefe. La encontró oculta en el cementerio.— comentó alegre— a pesar de que por su culpa, nuestro líder casi nos mata a todos— imitó la voz del gánster— “¡Les dije que revisaran todo el edificio, basura inservible, como pudieron ser burlados por mi hija!”... y esas cosas.

— ¿No podías haberme comentado aquello?

—Nunca preguntaste— señaló el detective con sinceridad.

Alicia se quedó en silencio, mientras el matón los llevaba al despacho del jefe de la mafia. Allí, en medio de la sala, se encontraba un inmenso escritorio, donde un hombre de mirada fría, vestido de terno oscuro los miraba fijamente. Tenía los ojos grises, la piel tostada y la cara con una cicatriz en su mejilla derecha, lucía un pañuelo rojo se veía en medio de su pecho, el símbolo de quién está a cargo la mafia. En cuanto los dejó en medio del salón, el matón se retiró, despidiéndose afectuosamente de Carlos, cerrando la puerta y dejándolos solo con el jefe.

— ¡Carlos!— exclamó contento— ¿cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Has recuperado la razón y planeas unirte a mi “familia”?

—Ni que tuvieras tanta suerte— el detective rió con ganas,— he venido por otras razones.

—Yo tenía entendido que estabas buscando a una chica que mataba personas.— replicó el jefe.

Alicia se sorprendió ante aquel comentario. Miró fijamente a Carlos, quien ya estaba jugando con sus dedos, como solía hacer cuando cometía algo que consideraba malo.

— ¿¡Me considerabas una cómplice?!— gritó la mujer enfadada, mientras empuñaba las manos.

— No solo él niña.— el jefe irrumpió la escena— todos sospechábamos de una chica vestida de negro que estaba ocasionando serios problemas.

La chica lo miró sorprendida. Según lo que ella pensaba, nadie en el bajo mundo la conocía, ya que solo se dedicaba a matar maleantes por aburrimiento.

—Apenas la vi supe que no podía ser ella— ahora era Carlos quien hablaba— es imposible que pudiese cometer esa masacre con sus propias manos.

El jefe de la mafia soltó un enorme suspiro.

—Hay algo que no entiendo de todo esto— dijo la joven— ustedes ¿de dónde se conocen?

El mafioso lanzó una fuerte risotada. Carlos también se unió a sus risas, mientras se metía las manos en los bolsillos.
—Pues verás— respondió el gánster— este sujeto fue quien encontró a mi hija desaparecida...

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El joven se llevó las manos a la cara, sujetando su mentón.
— Está bien— contestó— no necesito más. Haz lo que te pedí y la traeré de vuelta.  

Carlos fue junto a la mano derecha del matón, llamado Benjamín. Tenía la piel clara, ojos claros y de cabello oscuro. No parecía ser fuerte, pero según las deducciones del detective, era mucho más fuerte y ágil de lo que parecía.

Ellos dos fueron en búsqueda de la escurridiza niña.

— Espero que no se te ocurra la idiota idea de escapar— amenazó el matón, mostrando su arsenal debajo del abrigo.

—Guarda eso— exclamó Carlos— nos dirigimos al territorio de la mafia azul.
— ¡Qué!— gritó el muchacho— ¡Estás demente!
     ¿Acaso no se encuentra allí el cementerio?

Benjamín lo quedó mirando bastante impresionado.

—La esposa de tu jefa esta enterrada allí— aseguró el detective.
—¿Cómo lo supiste?
—No era tan complicado— contestó Carlos mirándolo fijamente— está claro que al ser la hija del jefe tendría todo lo que quisiera. Y eso incluía que ustedes la podían trasladar sin problemas a cualquier parte... claro, con la excepción de aquellos que no están bajo su dominio. ¿Para qué una chica tan lista, como lo ha demostrado hasta ahora, armaría tanto enredo solo para salir? tiene que tener una razón muy importante para generar tamaño lío. Debe sospechar de que en algo raro está su padre... pero no lo suficiente como para comprender el peligro de salir sola.— el detective observó el terreno, mientras el chico lo miraba impresionado.

Mientras el joven de la gabardina explicaba su razonamiento, llegaron al cementerio sin ninguna complicación. A Carlos se le hizo muy extraño que nadie los hubiese seguido, pero prefirió seguir los pasos del chico, que lo llevaba a la tumba de la madre. Allí, encerrada en el mausoleo,  se encontraba una niñita que lloraba sin parar. De contextura delgada, ojos verdes y piel morena, vestida con ropas bastante costosas. Carlos sonrió de lado al encontrarla y Benjamín fue corriendo hacia la reja del mausoleo.

— ¡Cristal!— gritó apenas llegó al lugar— ¿cómo quedaste encerrada aquí?... espera, primero que todo ¿cómo se te ocurrió asustarnos de esa manera, saliendo sola por las calles?

—Déjala en paz— dijo el detective— suficiente tiene con estar atrapada en ese lugar.— le sonrió a la niña.— apártate un poco, para poder botar la reja.

Cristal lo miró con bastante incredulidad en sus ojos claros. Aún así, todavía llorando, retrocedió lo suficiente para que el detective echase la puerta abajo de una sola patada.

—¡Vaya! ¡Y yo que pensaba que eras un idiota sin fuerza!— comentó Benjamín.
—Podría decirse lo mismo de ti— Carlos dijo esto mientras entraba al mausoleo.— ven, te llevaré donde tu papá.

La niña recuperó el habla en ese momento, mirando al sujeto que ella conocía.

—¿Papá esta muy enojado?
—Por supuesto que sí, todos los estamos— Benjamín se aproximó para darle la mano— eres lo más importante que tenemos... no nos dejes nunca más.— le regaló una sonrisa al terminar sus palabras

Cristal sonrió ante esa afirmación. Decidió entonces acompañarlos hacia la salida del cementerio, contándoles como había quedado encerrada en el mausoleo.

—Pude entrar por la ventanilla del mausoleo.—  relató— pero luego no pude alcanzarla porque estaba muy arriba.
— El jefe construyó el mausoleo con un desnivel— explicó Benjamín.
— Seguramente no pensaste que no podrías alcanzar la ventana después ¿verdad? introducirte primero tus piernas, pero no pudiste ver la altura, luego te colgaste de la ventana para caer al piso. Así, te quedaste encerrada en ese lugar.—  puntualizó Carlos, ante lo cual Cristal asintió.

Estaban llegando a la salida del cementerio, un hombre estaba parado justo en el centro, con expresión maliciosa en su rostro. Benjamín se detuvo en seco ante aquella figura, soltando la mano de Cristal dejándola con Carlos, luego avanzó a paso lento hacia el desconocido.

— Sabes que no puedes mostrar tu sucia cara por aquí— dijo el desconocido.— mira a quién has traído,— sonrió— nada menos que a la hija de tu jefe.

El detective en ese momento, atinó solo a tomar a la niña en brazos.

— Ya nos estábamos retirando...— respondió el chico de ojos claros.
— ¿Por qué tanta prisa?— contestó el sujeto— pueden quedarse todo el tiempo que quieran... sobre todo ella.— le brillaron los ojos al decir esas palabras.
— Lo siento, pero ella se viene conmigo— Carlos rompió el silencio.— es más nos vamos ahora mismo.

Todo ocurrió demasiado rápido. Benjamín sacó las pistolas que traía escondidas, comenzando a disparar a diferentes lugares, de los cuales salieron más matones de la mafia rival. El desconocido, también aprovechó de mostrar sus armas, intentando atinarle al chico de cabellos oscuros, quién se movía por todo el campo.

En cambio, Carlos solo se dispuso a salir con la niña en sus brazos, retrocediendo hacia el interior de las calles del cementerio. Allí, escondidos en medio de las tumbas, estaban más miembros dispuestos a detenerlo. El detective aprovechó el lugar, para esquivar las balas. Escuchó como muchos corrían detrás de él, y supo que no tendría mucho tiempo para huir.

— ¡Alto!— chilló la niña— Benjamín podría...
— Te quieren a ti— respondió él con sinceridad— sí logramos salir de este lugar, él también podrá escapar.

Recordó que en el fondo derecho del lugar, no existía reja alguna, al parecer la habían botado para reemplazarla por otra. Corrió rápidamente hacia ese lugar, con la niña que lloraba en sus brazos y un montón de gente persiguiéndoles los talones...
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— Luego de eso, de milagro pudieron llegar a nuestro terreno.— continuó relatando el jefe— allí nuestros hombres se encargaron de espantar a quienes los perseguían. Carlos arriesgó todo para que no pudiesen robar a mi hija.— exclamó — le deberé lealtad toda la vida, así funcionan las cosas en este lugar...

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Parte IV - a


Mucho antes que existiera la sombra que amenaza con el fin de la ciudad, existían otras leyes dentro del bajo mundo, las cuales estaban muy claras. Esto ocurría incluso tiempo atrás de que Carlos y Alicia vivieran en la ciudad.

Tres grandes bandas peleaban esporádicamente por terreno, así Mérida se dividió en partes iguales. Las autoridades, tales como el alcalde e incluyendo la policía, también eran conscientes de este acuerdo, tácitamente seguían cuidadosamente las reglas. Para la gente común y corriente existían pocas opciones para vivir tranquilas. Una era obedecer sus órdenes y la otra el exilio... no existían más opciones.

Cuando Carlos llegó al barrio de la mafia roja, la mayoría de sus vecinos le pusieron de sobre aviso de la situación y el lugar al cual había llegado. Él, con su inagotable sentido del humor, les dio las gracias por la consideración, pero que no seguiría las reglas de quiénes eran desconocidos para él. De hecho, se comprometió a ayudar a la gente del barrio a disminuir las peleas y traer un poco de tranquilidad. A pesar de la incredulidad de los pobladores, cumplió su palabra lo mejor que pudo, ayudándolos sin recurrir a la violencia.

La mafia miraba con desconfianza a ese sujeto, pero decidieron no prestarle atención, al fin y al cabo, mientras no los delatase o hiciera algo por detenerlos, no representaba una amenaza considerable. Hasta que un día, un acontecimiento logró que los bandidos le entregaran su confianza.

Sucedió que la hija menor del líder de la mafia, se perdió en medio de la gran ciudad, esté casi perdió la cabeza e intentó todo lo posible por encontrarla. Sus mejores matones fueron mandados a rastrearla por todo el perímetro. Estos, en un intento por calmar a su jefe, entraron a todas las casas del barrio, causando estragos en la población. Amenazaron a quién se les ponía por delante, seguros de que alguien la había escondido en su hogar.

Carlos vio el tamaño desastre. La gente huía desesperada intentando reclamar su inocencia. Él, tranquilamente dirigió sus pasos hasta el líder, usó todos los recursos a su mano para tener una cita directa con él.  

— ¡¿Quién eres y como entraste?!— vociferó el Jefe.

— Soy un simple ciudadano— explicó — que puede encontrar a tu hija...

— ¡Acaso tú la tienes!

— No la tengo—  respondió con sinceridad—  pero puedo traerla en menos de cinco horas. Eso sí, primero saca a la gente de las calles y deja al resto en paz. Ella no está secuestrada por nadie del barrio, eso te lo puedo asegurar.

— ¡¿Qué pasa sino te creo?! ¡Qué sucede sí solo estás mintiéndome!

— Puedes matarme, no tengo problema en ello. Incluso, para tu mayor seguridad, manda a tu mejor hombre para acompañarme en la búsqueda. —  aseveró con confianza—  así sabrás que moriré sino cumplo mi palabra.

El gánster se cruzó de brazos, sin saber qué hacer si hacerle caso o no. Sacar a sus hombres de las calles solo confiando en la palabra de ese desconocido. Como punto a favor, él había logrado entrar a su oficina, cosa que no era simple. Aparte, era un plazo bastante corto de tiempo, y si llegaba a fallar, mandaría a los tipos a rastrear hasta el último pedazo de esa mugrienta ciudad si era necesario.

— Está bien— dijo bajando las manos—  pero recuerda, cinco horas, nada más.

El detective asintió, sonriendo con confianza.

— Tengo que hacerte unas preguntas primero.— comenzó Carlos— ¿qué edad tiene tu hija?

— ¿Es necesario perder el tiempo en estas preguntas?

— Mucho— dijo algo molesto— mientras más te tardes, más tiempo estará ella perdida... entonces ¿edad?

— Acaba de cumplir ocho años de edad.

— ¿Quién la cuida?

— Solo yo y los muchachos... ha sido algo complicado en el último período... sin su madre.

Carlos guardó silencio por unos instantes. Parecía estar meditando cuidadosamente las palabras dichas por el jefe.

— Debe ser muy lista ¿no?

— ¿Por qué dices eso?

— Calculando, en este edificio de cinco pisos debes tener alrededor de 300 hombres trabajando para ti en este lugar. Considerando, además, que no es un lugar pequeño, carece de ascensor y suficientes cámaras de seguridad como para que no pudiese volar ni una pequeña mosca sin que te enteres. Tienes a una chica que ha sido capaz de burlarlos y efectivamente salir sin dejar pista, eso te dice que tiene que ser inteligente.—  respondió— es eso o tu gente es muy torpe— finalizó.

El jefe de la mafia se asombró por sus palabras. Efectivamente era la cantidad precisa de gente trabajando para él en ese local,

— Esta chica no se fue de inmediato, se escondió en algún lugar, un punto ciego para las cámaras del lugar, sabiendo que si eso ocurría, tú ocuparías a tus matones para ir tras su pista, descuidando la vigilancia del edificio. Esa fue su única carta de juego, así cuando notó que la mayoría de los hombres salían en su búsqueda, salió de su escondite, para dirigirse a algún lugar. No haría todo esto sino tuviese algún objetivo claro.— se balanceó un poco inquieto— ¿qué has hecho estos últimos días?

— Eres demasiado joven para meterte en asuntos de la mafia.— contestó molesto.

—Entiendo... ¿en serio quieres encontrar a tu hija? pareces más interesado en ocultar tus asuntos, que por cierto no me interesan. Solo quiero, como ya mencioné, que dejes en paz a la gente de mi barrio.

El mafioso suspiró indignado. Estaba hartándose de que ese sujeto hablara como si lo supiera todo... aunque había acertado en todo lo dicho anteriormente. Se percató de que el muchacho jamás mencionó asuntos de la mafia. Probablemente le preguntaba por lo último que hizo con su hija.

—No lo recuerdo— reconoció— no puedo evocar lo último que le dije a mi hija. Solo sé que era algo relacionado con que tenía demasiadas cosas que hacer como para ir con ella... pero del lugar, no puedo acordarme. Jamás tomé atención porque estaba demasiado ocupado con mis asuntos.

El joven se llevó las manos a la cara, sujetando su mentón.

— Está bien— contestó— no necesito más. Haz lo que te pedí y la traeré de vuelta.  

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— Carlos ¿en qué piensas?— preguntó— hemos estado caminando por horas, y no has dicho ni una palabra... ¿se puede saber a dónde mierda vamos?

— Perdón, estaba recordando viejos tiempos— sonrió mirándola— nos estamos dirigiendo hacia los cuarteles de la mafia roja.

Alicia se detuvo de sopetón frente a esa respuesta.

—¡Estás demente! eres un detective. Te llenarán de plomo apenas pongas un pie en ese lugar.

—Para eso te tengo a ti ¿o no?— bromeó, pero la cara de la chica no estaba como para bromas— no te preocupes, a mí nunca me pasa nada.

—Sí claro— respondió sarcásticamente la joven— a ti nunca te están a punto de matar ni nada de eso.

Carlos sencillamente la ignoró. Alicia tan solo se hacía la idea de cómo combatiría al casi ejército que era en la actualidad la mafia roja. ¿Quién la mandaba en confiar en él? Al menos era una oportunidad de matar a más gente que se lo merecía. Sonrió ligeramente ante ese pensamiento.

— Ni se te ocurra sacar tus cuchillas — comentó Carlos luego de notar la mueca de la chica.

—Lo haré si es necesario.

—Está bien. Solo si es necesario.— finalizó el detective.

Finalmente llegaron al edificio, pintado de rojo sangre. Tenía al parecer una única entrada, una gran puerta de madera pintada en color blanco, algo descascarada por el tiempo. Estaba sospechosamente sin gente por los alrededores. Alicia de inmediato tomó un estado de alerta, la calma siempre era un mal presagio en estos lugares. Carlos, en cambio, totalmente distraído llegó y abrió la puerta principal, la cual estaba abierta.  

“Es un idiota, es claramente una trampa” pensó ella mientras le seguía los pasos “una cosa es segura, será necesario que mate a alguien esta vez”.

Alicia entró en el momento en el cual Carlos se quedaba parado en medio del vestíbulo del edificio, Se quedó quieto con las manos en los bolsillos, mientras de la nada, aparecían los matones de la mafia. Uno por uno lo fueron rodeando mientras vociferaban cosas como:

     ¡Hey tú! ¡Qué quieres idiota!— gritó él más fornido de todos.

— Nada en particular, solo llévame con el inútil de tu jefe— respondió con una sonrisa como siempre lo hacía.

Fin de la parte A