jueves, 27 de junio de 2013

La alquimista de palabras

Hace mucho tiempo, en un lugar lejano había un enorme bosque. En el centro del mismo, una alquimista de palabras vivía. ¿Y qué hace una alquimista, de ese tipo me dices tú? pues verás, la muchacha le creaba realidades, recuerdos, opciones, argumentos y diálogos a quienes se lo pidiese. La alquimista rara vez cobraba por sus servicios, porque a ella le hacía feliz crear finales felices. 

Un día por aquellos lugares, apareció una preciosa princesa, de cabello largo, labios rojos y sonrisa perfecta. La cual, no podía mostrar en esos momentos porque lloraba desconsoladamente en el portal de la joven hechicera.

-          ¿Qué te sucede?
-          Es que… - lloró aún más – mi príncipe, el que está destinado para mí… él – se mordió la boca - ¡no me quiere ni me querrá nunca!

Se arrojó a los brazos de la chica, la cual solo atinó a acariciarle los cabellos con ternura. Era muy común que chicas como ella aparecieran en su puerta, y era bastante fácil arreglarles su problema.

-          Es algo muy simple – le dijo intentando calmarla. – es cosa de que vayas donde una conocida mía, hace unas maravillosas pociones de amor.
-          ¡No! ¡No quiero! ¡Quiero que me quiera a mí, no a una infusión! – la miró enojada – quiero que tú me ayudes a que me quiera.

Sin saber precisamente como ocurrió, la alquimista se vio en medio del plan de la joven. La cual era que ella le dijera que hacer, en el momento que se encontrara con el príncipe. Todo el tiempo, la alquimista le diría la palabra precisa, para poder enamorarlo con palabras.
            ¡Esto es una tontería! ¡Nadie se puede enamorar de las palabras! Pensó la hechicera, claro, con la excepción de ella. Era la única que podía entender lo especiales y valiosas que eran. Al menos, eso creía ella con convicción.

            Estaba detrás de un viejo árbol, mientras la princesa se paseaba nerviosa, casi mordiéndose las uñas en medio de la ansiedad. Entonces, el príncipe apareció. La alquimista le observó un segundo. No era tan guapo como se lo habían descrito, pero tenía unos bonitos ojos verdes. Aparte de eso, ella no le vio ningún atractivo.

-          ¡Hola! – soltó la joven - ¿Cómo has estado?
-          Escucha – el joven se tocó las cejas – no sé cuantas veces te he dicho que las chicas como tú no me interesan.
-          ¡Espera! Tan solo habla conmigo – le suplicó mirándolo – una vez y te prometo que nunca más vuelvo a aparecer en tu vida.
-          De acuerdo – el joven se dio la vuelta – dime entonces, volviendo a lo ultimo que te pregunté ¿Cuál es tu sueño?

La princesa se dio la vuelta también, mirando con cara de angustia a la alquimista. “Tiene que ser una broma” pensó la joven, suspiró y dijo:

-          Sueño con viajar a alguna parte, donde sea realmente no importa. Sueño con crear historias bellas. Sueño con lugares que no he visto, personas que aún no conozco – dijo con voz suave – quiero que todos en todos los lugares de la Tierra, escuchen mis sentimientos… y puedan entenderlos.

Sin percatarse la alquimista le hablaba de su propio sueño. El príncipe se giró para mirar a la princesa, dándole vuelta por los hombros.

-          ¿Es eso cierto? Porque yo sueño con encontrar a alguien que quiera vivir aventuras a mi lado. Alguien que no se queje, sea creativa y no le preocupe el lugar donde la lleve.

La chica que estaba detrás del árbol casi no pudo reprimir su emoción. ¡Ella también quería a alguien así!

-          ¡No lo puedo creer! ¿También te gusta leer?
-          Me gusta, pero no tanto como crear canciones.

La alquimista de pronto olvidó su verdadero cometido. Le comenzó a narrar hechos de su vida, cosa que él también hizo, siempre sonriendo. Se dijeron sus sueños, metas y anhelos, sin poder creer semejante coincidencia. Ella le confió que le temía a la oscuridad y él le dijo que no le gustaba el fuego. Ambos terminaron mirándose fijamente, embobados sin saber que más seguir hablando.

Pero, el príncipe nunca pudo mirar a la verdadera joven detrás de las palabras. En todo momento, la princesa repetía el dialogo, no muy convencida al principio, pero después encantada por los gestos que le dedicaba el joven.

-          ¿Entonces que me dices? – preguntó la princesa - ¿te gustaría volver a verme?

El joven le dio un delicado beso en la frente.

-          Me encantaría – dándose la vuelta se marchó, agitando el brazo en señal de despedida – ven a verme cuando quieras.

La princesa no cabía en sí de felicidad. Fue detrás del árbol, donde abrazó efusivamente a la alquimista, la cual se sentía el ser más miserable de este mundo.

-          ¡Muchas gracias! – gritó dejándola un poco sorda – sabía que tú podías ayudarme a conseguirlo.

Incrédula, la joven se soltó del abrazo, para mirarla severamente.

-          ¿Lo haz engañado? ¿acaso no te da vergüenza?
-          Vergüenza me daría tener que usar una poción. Él se ha enamorado de mí ¿acaso lo viste mirar a otro lado? A no ser que se haya enamorado de toda tu palabrería. Solo necesitaba su atención más de dos segundos. Seguramente se ha percatado que soy muy bonita.

Palabrería, la palabra le retumbó en la mente durante un rato incalculable. Sintió que ella no tenía el derecho de quedarse con ese final feliz. Que lo merecía ella, y nadie más que ella. Pero…
Suspiró mientras se alejaba, la joven princesa le gritó que le mandaría un suculento tesoro en cuanto se casara y fuera feliz para siempre. La alquimista ni siquiera le prestó atención, mientras llegaba a su cabaña cerrando la puerta lentamente detrás de sí.
No quería llorar, eso hubiese sido demasiado para alguien como ella. Había sido demasiado orgullosa, pensando en que nadie quería a las letras como ella, pensando ilusamente que nunca querría encontrar un final feliz para ella.
Pero lo más triste es que para ella,  la alquimista de palabras, nunca habría un final feliz, de hecho ni siquiera habría un final. Estaba condenada a observar como todos los demás encontraban su destino, su felicidad. Menos ella, la cual siempre estaría allí para crear finales, pero no para poder inventar el suyo propio.
Lloró amargamente durante casi toda la noche.

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