jueves, 10 de julio de 2014

(I)limitado

-       ¿Sabes? – comentaste mientras cortabas la carne con delicadeza – me dedico a matar gente.
Y a mí se me fue el color de las mejillas. Mi primer pensamiento era que esto debía ser una broma, una de esas malísimas que solías comentarme para disgustarme, como cuando me decías que no te gustaba mi comida, o que le falta azúcar a mi té.
No era nada parecido. De hecho, seguiste comiendo con serenidad, y yo observé mi plato con disgusto. ¿Matabas gente? ¿En serio? ¿Dónde? ¿Por qué razones? ¿Acaso era seguro estar comiendo? Mis pensamientos estaban atropellándome al punto de nublarme la vista. Quise ponerme de pie, pero cosa extraña no me detuviste, incluso cuando roce la perilla de la puerta.
-       Acaso recuerdas que las copias de las llaves las tengo yo ¿verdad? – comentaste desde el comedor, y yo me petrifique en la entrada – las ventanas están con barrotes querida, así que te recomendaría permanecer cerca de mí – y reíste, devorando tu carne como si nada hubiese pasado.
El corazón me palpitaba muy rápido, mi mente decía que tenía que huir, que no fuera estúpida, que buscara algún arma para defenderme. Pero algo más poderoso que yo, me impulso a devolverme a mi puesto, sentarme en él y comenzar a jugar con mis servicios.
-       ¿Quieres preguntarme algo amor? – respondiste luego de terminar tu comida. Te acomodaste con los brazos cruzados, mirándome con tus ojos verdes y tu expresión de ganador.
¿Preguntar? ¿Acaso estaba demente? ¿Quería que tuviera pruebas de sus crímenes? ¿Quería hacerme cómplice de sus actos? ¿Deseaba una especie de conciencia que le comentase, sabes está mal matar personas?
-       ¿te conviene que te pregunte? – estallé con voz quebrada - ¡Acaso cambiara algo que te haga preguntas sobre esto!
-       Aún estás en shock – comentó mientras se levantaba, sacándose su chaqueta para colocarla en mis hombros – deberías calmarte y pensar mejor – dijo depositando un beso en la comisura de mi boca.
Y yo… por muy estúpida que pareciera, decidí pensar, preguntarle, saber porque realizaba tales actos.
-       ¿Te pagan?
-       No.
-       ¿Lo haces por gusto?
-       Tampoco.
-       ¿Tienes algún raro fetiche sexual?
-       Esas cosas las hago contigo – sonrió.
-       ¿Entonces… por qué?
-       Solo cuando estoy aburrido.
El diálogo había brotado entre nosotros como disparos de bala. No quería detenerme… no podía detenerme a estas alturas.
-       ¿Dónde matas a la gente?
-       En el sótano nunca nadie va allá
-       ¿acaso nadie te ha escuchado?
-       Hay pocos vecinos en esta área.
-       ¿Vas a matarme? – estallé nerviosa incluso parándome de la silla.
Él sostuvo mi mirada por un momento interminable. Sostuvo sus manos en mi cintura, delicadamente como cuando bailábamos vals sin mucha coordinación. Volvió a sonreírme.
-       Claro que no. A ti te amo, y es más – sonrió satisfecho – tú también me amas, así que no le dirás nada a nadie, soy un hombre afortunado.
-       ¡Qué! – grité con todas mis fuerzas - ¡estás loco que yo…!
Y se me quebró la voz, porque entre todas las posibilidades que había pensado sobre él, nunca se me ocurrió dejar de quererlo, de estar a su lado, de alejarme de su vida. Yo era una estúpida, pero le amaba independiente de lo que fuera.
-       Te odio.
-       Es mentira – y volvió a abrazarme - ¿sabes? No me mates, pero te he estado bromeando.
Mi cuerpo se tensó, observé su risa imborrable, sus gesto de siempre, junto a su jovialidad. Quise matarlo en ese instante, pero algo en su mirada me detuvo. Ese sentimiento que se colaba en mi pecho ¿y si fuera verdad?
-       ¿acaso importa que sea verdad? – comenté sin mirarlo – vamos a comer postre.
-       Espera… ¿no estás molesta?
-       ¿en serio quieres saber lo que pienso?
Por primera vez en esa noche, vi que una sombra de duda cruzaba en tu rostro. Casi sentía que podía leer tu mente ¿acaso se hubiera quedado conmigo?. Para colmo sí, me hubiese quedado a su lado. Aunque eso me convirtiera en asesina, monstruo infame…
Porque yo haría lo que fuese por la persona que amo.
-       No – respondiste – oficialmente estoy asustado.
Sonreí.

-       No deberías hacer ese tipo de bromas. – dije concluyendo el tema, mientras servía la gelatina roja en nuestros platos. 

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