- ¿Sabes?
– comentaste mientras cortabas la carne con delicadeza – me dedico a matar
gente.
Y a mí se me fue el color de
las mejillas. Mi primer pensamiento era que esto debía ser una broma, una de
esas malísimas que solías comentarme para disgustarme, como cuando me decías
que no te gustaba mi comida, o que le falta azúcar a mi té.
No era nada parecido. De
hecho, seguiste comiendo con serenidad, y yo observé mi plato con disgusto.
¿Matabas gente? ¿En serio? ¿Dónde? ¿Por qué razones? ¿Acaso era seguro estar
comiendo? Mis pensamientos estaban atropellándome al punto de nublarme la
vista. Quise ponerme de pie, pero cosa extraña no me detuviste, incluso cuando
roce la perilla de la puerta.
- Acaso
recuerdas que las copias de las llaves las tengo yo ¿verdad? – comentaste desde
el comedor, y yo me petrifique en la entrada – las ventanas están con barrotes
querida, así que te recomendaría permanecer cerca de mí – y reíste, devorando
tu carne como si nada hubiese pasado.
El corazón me palpitaba muy rápido,
mi mente decía que tenía que huir, que no fuera estúpida, que buscara algún arma
para defenderme. Pero algo más poderoso que yo, me impulso a devolverme a mi puesto,
sentarme en él y comenzar a jugar con mis servicios.
- ¿Quieres
preguntarme algo amor? – respondiste luego de terminar tu comida. Te acomodaste
con los brazos cruzados, mirándome con tus ojos verdes y tu expresión de
ganador.
¿Preguntar? ¿Acaso estaba
demente? ¿Quería que tuviera pruebas de sus crímenes? ¿Quería hacerme cómplice
de sus actos? ¿Deseaba una especie de conciencia que le comentase, sabes está
mal matar personas?
- ¿te
conviene que te pregunte? – estallé con voz quebrada - ¡Acaso cambiara algo que
te haga preguntas sobre esto!
- Aún estás
en shock – comentó mientras se levantaba, sacándose su chaqueta para colocarla
en mis hombros – deberías calmarte y pensar mejor – dijo depositando un beso en
la comisura de mi boca.
Y yo… por muy estúpida que
pareciera, decidí pensar, preguntarle, saber porque realizaba tales actos.
- ¿Te
pagan?
- No.
- ¿Lo
haces por gusto?
- Tampoco.
- ¿Tienes
algún raro fetiche sexual?
- Esas
cosas las hago contigo – sonrió.
- ¿Entonces…
por qué?
- Solo
cuando estoy aburrido.
El diálogo había brotado
entre nosotros como disparos de bala. No quería detenerme… no podía detenerme a
estas alturas.
- ¿Dónde
matas a la gente?
- En el
sótano nunca nadie va allá
- ¿acaso
nadie te ha escuchado?
- Hay pocos
vecinos en esta área.
- ¿Vas
a matarme? – estallé nerviosa incluso parándome de la silla.
Él sostuvo mi mirada por un
momento interminable. Sostuvo sus manos en mi cintura, delicadamente como
cuando bailábamos vals sin mucha coordinación. Volvió a sonreírme.
- Claro
que no. A ti te amo, y es más – sonrió satisfecho – tú también me amas, así que
no le dirás nada a nadie, soy un hombre afortunado.
- ¡Qué!
– grité con todas mis fuerzas - ¡estás loco que yo…!
Y se me quebró la voz,
porque entre todas las posibilidades que había pensado sobre él, nunca se me
ocurrió dejar de quererlo, de estar a su lado, de alejarme de su vida. Yo era
una estúpida, pero le amaba independiente de lo que fuera.
- Te odio.
- Es mentira
– y volvió a abrazarme - ¿sabes? No me mates, pero te he estado bromeando.
Mi cuerpo se tensó, observé
su risa imborrable, sus gesto de siempre, junto a su jovialidad. Quise matarlo
en ese instante, pero algo en su mirada me detuvo. Ese sentimiento que se
colaba en mi pecho ¿y si fuera verdad?
- ¿acaso
importa que sea verdad? – comenté sin mirarlo – vamos a comer postre.
- Espera…
¿no estás molesta?
- ¿en
serio quieres saber lo que pienso?
Por primera vez en esa
noche, vi que una sombra de duda cruzaba en tu rostro. Casi sentía que podía
leer tu mente ¿acaso se hubiera quedado conmigo?. Para colmo sí, me hubiese
quedado a su lado. Aunque eso me convirtiera en asesina, monstruo infame…
Porque yo haría lo que fuese
por la persona que amo.
- No –
respondiste – oficialmente estoy asustado.
Sonreí.
- No deberías
hacer ese tipo de bromas. – dije concluyendo el tema, mientras servía la
gelatina roja en nuestros platos.
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