—¿Es que acaso no lo entiendes?— le dije tocando su frente— me enamoré de tu torpeza, tus gestos de enojo que no convencen a nadie— me reí por lo bajo, mientras cruzabas los brazos.
—Pero sobre todo... de esa sonrisa tuya que tanto me gusta— te dije en voz baja en tu oído, besando después tu cuello con lentitud. Y tú, me volviste a regalar otra de tus sonrisas.
Claro son muchos más los gestos, son tantas cosas más. Pero prefiero guardarlos solo para mí.
Así de posesivo puedo llegar a ser, cuando se trata de ti.
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