El resto del grupo escuchó con desconfianza la propuesta de Anabela.
—¡No podemos enviar a esta!— señalando a Esmeralda con desdén
—¡Claro que si!
—Anabela. ¿Acaso has preguntado al concilio?
—¡Qué concilio ni que nada!, Es el momento de actuar, de movernos. Si siguiéramos sus recomendaciones, estaríamos esperando a la “Elegida” toda la vida. Y yo no pienso quedarme con los brazos cruzados.
Toda su gente se quedó en silencio. Pero aún así un general joven se hizo escuchar.
—Nadie te seguirá si no obtienes el permiso de éste.
Algo enojada por sus palabras Anabela tan solo decidió callar. Tomó a Esmeralda del brazo para encaminarse al bosque.
—Está bien
Esmeralda tan solo se dejó arrastrar. Estaba aún más asustada que antes.
—¿Iremos al concilio?
—Sí… ¿Ya te arrepientes?
—¡No!... eso no es lo que sucede.
La maga se mordió el labio nerviosa. ¿La reconocerían? ¿Anabela sería tolerante al saber quien era ella? Suspiro agobiada.
La guerrera decidió no preguntar. Llegaron a un círculo hecho de piedras llenas de palabras. Al medio de estas, el concilio de magia se encontraba reunido.
—Por más veces que vengas nuestra decisión no cambiará Anabela— dijo el más anciano a modo de saludo, vestía una túnica de color gris y su rostro estaba cubierto por una espesa barba. — debes esperar a la elegida.
La joven guerrera tan solo gruñó por lo bajo.
—No he venido a esto— señaló a la joven que la acompañaba— tengo una idea que ofrecerles y esta chica puede ayudar.
El anciano miró fijamente a los ojos de Esmeralda. Está agachó la mirada avergonzada.
—Sucede algo— comentó Anabela.
—¿Acaso no lo sabes?— soltó otro anciano— esos ojos lilas… es la marca de la descendencia de Zaroc.
Zaroc, uno de los últimos magos libres de la Tierra. Fue él, gracias a la Alquimia, quien le otorgó sus poderes a Victor. Según cuentan los bardos, también fue el creador del sistema de “Liberación de Poderes”. Este es en base a que solo aquellos que fueran aceptados por Victor, podrían acceder a tener poderes. Estos serían activados por el Concilio de Magos.
Zaroc creó esto, confiando en las buenas intenciones de este. Pero en cuanto falleció, Victor comenzó a forjarse como el tirano que todos conocemos.
Algunos magos del Concilio escaparon. Otros, demasiado débiles y cobardes como para huir, se quedaron a su lado.
Los magos que sobrevivieron al gran escape, formaron la Rebelión para detener a Victor a cualquier costo.
Anabela tan solo apretó su espada con una fuerza inusitada.
—Tú—susurró—… ¡Como te atreviste siquiera a pensar que entrarías aquí!
Esmeralda tan solo lloró.
—¡Soy una tonta!...
—¡Basta!—gritó en medio de sus sollozos— ¡Tú eres la que no entiende nada!—tomo algo de aire para seguir hablando.— mi tatarabuelo nunca quiso que esto. Él quería… confiaba, no es su culpa que Víctor se aprovechase de su ingenuidad.
Anabela detuvo su ira de la nada. El Concilio la observaba con suma cautela. No podía mostrarse impulsiva delante de ellos. Tenía que ser cuidadosa si quería tenerlos de su lado.
—Como sea ya no me sirves— gruñó enfadada— si eres la descendiente de Zaroc, no puedo enviarte al castillo como espía. Eso sería una tontería imperdonable.
—Hay una manera— siguió hablando el vocero— Esmeralda ¿alguien sabe quien eres?
La joven se sobresaltó.
—Muy pocos.
—Anabela nos ha relatado que un grupo del Imperio te buscaba…. ¿ellos vieron tu cara?
La maga negó con la cabeza.
—De acuerdo. Entonces el Concilio te otorga el permiso para ir de espía— dijo con tono solemne— si logras cumplir tu misión, te entregaremos tus poderes y lucharás junto a nosotros… pero antes.
El anciano se descubrió el brazo derecho. Tatuado en su hombro, una rosa de color granate y sobre esta una R gigante. De esta salían miles de espinas y enredaderas que envolvían el brazo del anciano. Comenzaron a iluminarse. El anciano reprimió un grito de dolor, las espinas realmente se le enterraban en carne viva, cada vez que realizaba magia.
Comenzó a recitar unas palabras que nadie alcanzó a entender. Una luz envolvió a Esmeralda. Cerró los ojos por instinto… y cuando los abrió.
—¡Increíble!— Anabela se aproximó para mirarla de cerca— tienes los ojos negros.
—Ya puedes llevarla a cumplir su misión.
La guerrera tan solo asintió. Realizando un gesto invitó a que la maga siguiera sus pasos. Esta tan solo miró al Concilio por última vez y se largó sin hacer ruido.