sábado, 20 de marzo de 2010

Imán
















Imán:

“Por que tú y yo somos como un imán… nos repelemos y atraemos de forma inevitable”

¿Cómo le hacen para siempre encontrarse?
Dentro de la penumbra del tiempo, que todo lo desdibuja con sumo detalle, ellos se encuentran siempre.
Se miran con denotada desconfianza, rechazan sus ojos, su corazón latiendo a toda velocidad, amplias señales de que son felices al verse y siguen adelante intentando huir de su propio destino.
Él siempre la deseó aunque nunca pudiese decirlo. Ella siempre lo quiso aunque siempre evitó su mirada oscura.
Pero ambos fatalmente siempre logran toparse, encontrarse y nuevamente huir por el peso de sus propios sentimientos.
¿Cuántas veces lo han intentado? Muchísimas, tantas que hasta han perdido la cuenta. En este absurdo juego de cacería donde ninguno de los dos es el cazador ni la presa, tendiéndose pequeñas trampas para evitar el reencuentro.
Más no hay trampa en este mundo, que no sucumba ante la red del destino.

—Tú de nuevo— ella lo dijo sin asombro ni pena.
—Exacto.

Ella guardó silencio. Tantas cosas que callar, cuantas que decir. Él enmudeció al verla, siempre retratada en su pupila, imborrable e inalterable.
Pero su atracción es un error. Ambos lo saben, como un espantoso cuchillo clavado en su espalda, imposible de sacar pero que siempre sabes que está allí.
Siempre recordaran el escaso momento en que pudieron vivir su locura al máximo. Esas palabras, siempre, jamás y nunca… son demasiado tiempo, y tuvieron un costo muy alto, como para ser pronunciadas de nuevo por sus labios.
Sostuvieron esa conversación banal, tantas veces dicha. A sabiendas de la respuesta, solo por oír la voz del otro tan cercana y lejana a la vez.

—Ya veo, entonces ¿Te embarcas nuevamente?
—Yo creo— él desvió su mirada de la de ella— pronto me largo.

¿Cuándo regresará? Pensó ella, más no preguntó.
Su mirada clara la delató, porque él susurró con voz queda.

—Dos años.

El mundo se le resquebrajó a ella. Era demasiado tiempo, incluso para ellos.
Él siempre estaba cuidándola sin que ella lo notara. Ella siempre rezó todas las noches para que él fuese feliz.
¿Es la felicidad siempre egoísta? Con un nudo en la garganta, ella pensó que sí. Quería gritarle que no se fuera, exigiéndole aunque nada pudiese exigir. Atarlo a su lado para que siempre estuviesen juntos.
Pero ellos son como un imán. Se atraen de la misma manera en que se repelen.
Podrán pasar días, semanas y años sin verse, pero siempre se encontraran. Contra viento y marea, ellos se encontraran porque es su destino amarse en la penumbra y en silencio. Siendo felices cuando se ven por fugaces instantes.

—Espero te vaya muy bien— ella le tendió la mano, él estrechó sus dedos con los de ella.

La sensación de tensión, idéntica a la de dos imanes cuando se juntan fue casi abismal. La atracción inevitable de su aura, los atrajo de manera caótica. Respiraron agitados, sujetos solo por la punta de sus dedos.
Por un momento supieron que si no se soltaban, quizá nunca pudieran separarse.
Fue ella quien rompió el embrujo. Se quedó con la sensación ardiente, idéntica a una angustiosa quemadura, guardando su mano en su bolsillo rezando porque el calor de él se quedase allí para siempre.

—Cuídate mucho— exclamó él preocupado.

¿Quién se encargaría de que ella fuese feliz? Él no quería saberlo, pero sospecho que ella estaría a salvo. Ambos se esperarían hasta el otro encuentro. Hasta el otro inevitable reencuentro.
Ella tuvo la misma sensación. Su corazón le aseguró que volverían a verse, así que pudo sonreírle sin amargura y decirle:

—Tú también.

Porque ellos son como un imán. No pueden vivir separados por mucho tiempo. Se reencontraran nuevamente y ellos huirán de sus propios sentimientos desbocados. Harán esas mismas preguntas, para disimular su felicidad al versa y la desazón al separarse.
Porque se repelen de la misma manera en que se atraen. Porque se odian con la misma intensidad que se aman.
Fin

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