Hace mucho tiempo, en un lugar lejano
había un enorme bosque. En el centro del mismo, una alquimista de palabras
vivía. ¿Y qué hace una alquimista, de ese tipo me dices tú? pues verás, la
muchacha le creaba realidades, recuerdos, opciones, argumentos y diálogos a
quienes se lo pidiese. La alquimista rara vez cobraba por sus servicios, porque
a ella le hacía feliz crear finales felices.
Un día por aquellos lugares, apareció una
preciosa princesa, de cabello largo, labios rojos y sonrisa perfecta. La cual, no
podía mostrar en esos momentos porque lloraba desconsoladamente en el portal de
la joven hechicera.
-
¿Qué
te sucede?
-
Es
que… - lloró aún más – mi príncipe, el que está destinado para mí… él – se
mordió la boca - ¡no me quiere ni me querrá nunca!
Se arrojó a los brazos de la chica, la cual solo atinó
a acariciarle los cabellos con ternura. Era muy común que chicas como ella
aparecieran en su puerta, y era bastante fácil arreglarles su problema.
-
Es algo muy
simple – le dijo intentando calmarla. – es cosa de que vayas donde una conocida
mía, hace unas maravillosas pociones de amor.
-
¡No! ¡No quiero!
¡Quiero que me quiera a mí, no a una infusión! – la miró enojada – quiero que
tú me ayudes a que me quiera.
Sin saber precisamente como ocurrió, la alquimista se
vio en medio del plan de la joven. La cual era que ella le dijera que hacer, en
el momento que se encontrara con el príncipe. Todo el tiempo, la alquimista le
diría la palabra precisa, para poder enamorarlo con palabras.
¡Esto es una tontería! ¡Nadie se
puede enamorar de las palabras! Pensó la hechicera, claro, con la excepción de
ella. Era la única que podía entender lo especiales y valiosas que eran. Al
menos, eso creía ella con convicción.
Estaba detrás de un viejo árbol,
mientras la princesa se paseaba nerviosa, casi mordiéndose las uñas en medio de
la ansiedad. Entonces, el príncipe apareció. La alquimista le observó un
segundo. No era tan guapo como se lo habían descrito, pero tenía unos bonitos
ojos verdes. Aparte de eso, ella no le vio ningún atractivo.
-
¡Hola! – soltó la
joven - ¿Cómo has estado?
-
Escucha – el
joven se tocó las cejas – no sé cuantas veces te he dicho que las chicas como
tú no me interesan.
-
¡Espera! Tan solo
habla conmigo – le suplicó mirándolo – una vez y te prometo que nunca más
vuelvo a aparecer en tu vida.
-
De acuerdo – el
joven se dio la vuelta – dime entonces, volviendo a lo ultimo que te pregunté
¿Cuál es tu sueño?
La princesa se dio la vuelta también, mirando con cara
de angustia a la alquimista. “Tiene que ser una broma” pensó la joven, suspiró
y dijo:
-
Sueño con viajar
a alguna parte, donde sea realmente no importa. Sueño con crear historias
bellas. Sueño con lugares que no he visto, personas que aún no conozco – dijo
con voz suave – quiero que todos en todos los lugares de la Tierra, escuchen
mis sentimientos… y puedan entenderlos.
Sin percatarse la alquimista le hablaba de su propio
sueño. El príncipe se giró para mirar a la princesa, dándole vuelta por los
hombros.
-
¿Es eso cierto?
Porque yo sueño con encontrar a alguien que quiera vivir aventuras a mi lado.
Alguien que no se queje, sea creativa y no le preocupe el lugar donde la lleve.
La chica que estaba detrás del árbol casi no pudo
reprimir su emoción. ¡Ella también quería a alguien así!
-
¡No lo puedo
creer! ¿También te gusta leer?
-
Me gusta, pero no
tanto como crear canciones.
La alquimista de pronto olvidó su verdadero cometido.
Le comenzó a narrar hechos de su vida, cosa que él también hizo, siempre
sonriendo. Se dijeron sus sueños, metas y anhelos, sin poder creer semejante
coincidencia. Ella le confió que le temía a la oscuridad y él le dijo que no le
gustaba el fuego. Ambos terminaron mirándose fijamente, embobados sin saber que
más seguir hablando.
Pero, el príncipe nunca pudo mirar a la verdadera
joven detrás de las palabras. En todo momento, la princesa repetía el dialogo,
no muy convencida al principio, pero después encantada por los gestos que le
dedicaba el joven.
-
¿Entonces que me
dices? – preguntó la princesa - ¿te gustaría volver a verme?
El joven le dio un delicado beso en la frente.
- Me encantaría –
dándose la vuelta se marchó, agitando el brazo en señal de despedida – ven a
verme cuando quieras.
La princesa no cabía en sí de felicidad. Fue detrás
del árbol, donde abrazó efusivamente a la alquimista, la cual se sentía el ser
más miserable de este mundo.
-
¡Muchas gracias!
– gritó dejándola un poco sorda – sabía que tú podías ayudarme a conseguirlo.
Incrédula, la joven se soltó del abrazo, para mirarla
severamente.
-
¿Lo haz engañado?
¿acaso no te da vergüenza?
-
Vergüenza me
daría tener que usar una poción. Él se ha enamorado de mí ¿acaso lo viste mirar
a otro lado? A no ser que se haya enamorado de toda tu palabrería. Solo
necesitaba su atención más de dos segundos. Seguramente se ha percatado que soy
muy bonita.
Palabrería, la palabra le retumbó en la mente durante
un rato incalculable. Sintió que ella no tenía el derecho de quedarse con ese
final feliz. Que lo merecía ella, y nadie más que ella. Pero…
Suspiró mientras se alejaba, la joven princesa le
gritó que le mandaría un suculento tesoro en cuanto se casara y fuera feliz
para siempre. La alquimista ni siquiera le prestó atención, mientras llegaba a
su cabaña cerrando la puerta lentamente detrás de sí.
No quería llorar, eso hubiese sido demasiado para
alguien como ella. Había sido demasiado orgullosa, pensando en que nadie quería
a las letras como ella, pensando ilusamente que nunca querría encontrar un
final feliz para ella.
Pero lo más triste es que para ella, la alquimista de palabras, nunca habría un
final feliz, de hecho ni siquiera habría un final. Estaba condenada a observar
como todos los demás encontraban su destino, su felicidad. Menos ella, la cual
siempre estaría allí para crear finales, pero no para poder inventar el suyo
propio.
Lloró amargamente durante casi toda la noche.