Han pasado
muchos años. Tanto tiempo ha transcurrido desde ese entonces que hay cosas
perdidas… al parecer irrecuperables. Los Guardianes e Invocadores eran tan solo
un suspiro del ayer prácticamente olvidado por todos.
Las ciudades se dividen en medio
de la desesperación. Algunos solo culpan a la conocida Rebelión, la cual solo a
traído problemas, murmuran entre dientes. Quizá si tan solo estas personas se
conformaran con el dominio del Imperio, las aldeas no estarían tan custodiadas,
vigiladas y restringidas como ahora. Otros en cambio ya ni siquiera se
molestan, reconfortados ante la idea de tan solo seguir sobreviviendo.
Batión es un pueblo totalmente
controlado. Cerca de las montañas, cercado por un tupido bosque, uno de los
últimos lugares en los cuales se hace un
mínimo comercio. Único lugar en tan desolado paraje que ofrece unas pocas
comodidades.
Esmeralda ha llegado aquí,
motivada por esto. Le quedaba casi nada de dinero, y aunque fuese el sitio más
peligroso para buscarlo, al menos tenía que intentarlo. Esta errante,
prácticamente desde el día que nació, no tiene otra manera de sustento. Suele
conformarse con vender cachivaches a valores ínfimos para luego seguir vagando
sin rumbo fijo.
Al perecer la suerte le sonreía.
Había conseguido bastante más dinero del que pensaba. Los guardó en el morral
oscuro, un regalo de parte de su abuelo, la chica guardó el dinero en el fondo,
repasando con la mirada las salidas, para poder retirarse sin ser descubierta.
La joven
tan solo estaba vestida con una túnica de color granate, el cabello revuelto,
espeso y de color negro, le cubría gran parte de su rostro. Observó preocupada
alrededor de la ciudad, en cada salida había un guardia del Imperio. Esmeralda
suspiró rendida, tendría que haber algún modo de salir de allí. Quizá en la
mañana, cuando los guardias cambiasen de turno. Tal vez si tenía suerte podría
salir sin llamar la atención.
Su mirada
de color lila se encontró con una hostería. Era la única que se observaba por
aquella pequeña ciudad, rodeada de murallas. Esmeralda tragó saliva,
decidiéndose a entrar en aquel lugar.
Hacía
bastante tiempo que no entraba a un lugar así. Iluminado por viejas antorchas,
donde un bardo afinaba las cuerdas sentado en la esquina del lugar. El aire
tenía un aroma bastante húmedo y pesado. En las mesas miles de guardias se
reían mientras bebían cerveza barata, en tarros casi desechos.
La chica
decidió quedarse un rato en la barra de aquel lugar. Pidió una bebida bastante
simple, mientras escuchaba con atención las conversaciones que circundaban por
el lugar. Recayó su atención sobre el trovador, quien afinaba su guitarra con
aire despreocupado, mientras miraba a los soldados con desprecio. Estos últimos
parecían vigilar todos los movimientos del joven, casi como si el instrumento
fuese un arma hábilmente escondida.
—Espero que
tengas consideración si vas a seguir con esas canciones.— siseó uno de los
guardias.
—Las
personas que nada malo han hecho, no debería temer a la verdad.
Un silencio
tenso se incrementó en el lugar. Esmeralda percibió como la atmósfera cambiaba
radicalmente. Se preguntó que demonios había dicho el juglar, y tanto debió ser
su gesto de duda, que la chica de detrás de la barra se acercó, simulando
rellenar su vaso y susurró cerca de su oído.
—Han
hablado sobre la…— tragó saliva temerosa— “La activación de poderes”
A la chica
le tiritaron las manos luego de escuchar esa sentencia. Se quedó sentada, aún
más inmóvil que antes. Posó los dedos sobre su boca, preocupada mientras mordía
sus uñas. Venir a esa hostería había sido una pésima idea. Lentamente respiró
comenzando a poner orden en el caos de su mente.
Tenía que
irse. Eso estaba claro. Miró a ambos lados, nerviosa pero al parecer nadie
tenía ganas de seguir hablando. Soltó todo el aire acumulado en su pecho, algo
mas calmada y se levantó de su puesto, dispuesta a encerrarse a la habitación
que le diesen.
—Sino fuera por el estúpido mago, todos seríamos
más felices— soltó el trovador justo antes de que Esmeralda se retirase del
lugar.
—¡Qué has osado decir!— gritaron los guardias,
levantándose de sus sillas, furiosos con esas palabras.
—¡Lo que todo el mundo sabe! ¡El emperador no sería nada,
sin la maldita magia!— vociferó sin miedo.
El trovador no se movió de su puesto. Quizá estaba
cansado de callar las palabras que tanta gente tenía atorada en la garganta.
Todos sabían esto, pero decirlas era casi una sentencia de muerte. Sea cual sea
la razón el efecto de sus palabras, los dejó a todos inmóviles.
Incluida a la propia Esmeralda. A la cual le estaban
cayendo unas pequeñas lágrimas por sus mejillas. Había sido todo tan injusto.
Nadie conocía realmente el engaño que el emperador había hecho con el pobre
mago. Furiosa y como nunca, rompió el silencio con un grito que ni ella misma
supo de donde salió.
—¡Tú no tienes
idea! ¡No hables de Zaroc de esa manera!
Sorprendida se tapó la boca con las manos. Quizá con la
esperanza de que ese gesto haría que la frase se devolviera a su mente, de la
cual nunca debió salir. Los jóvenes que estaban a punto de ir a golpear al
trovador, se giraron en redondo mirándola sin poderlo creer.
—¡Qué estas esperando!— gritó el de la guitarra,
tomándola del brazo. La chica ni siquiera se había dado cuenta de cómo llegó—
¡Corre!
Y sin saber como se encontró corriendo, en medio de toda
la trifulca desatada. Los guardias salieron también, corriendo a gran
velocidad. Mientras tanto el trovador, llevando a la rastra a la joven,
intentaba perderlos en la oscuridad de la noche. Se escondieron entre medio de
unas casas, detrás de unos maderos tirados por allí.
—Si nos llegasen a atrapar.— comentó Esmeralda.
—Descuida— el joven la miró— tengo muchos amigos, nadie
les dirá donde estamos.— le señaló un camino, una especie de túnel a través de
las murallas.— podemos salir por aquí.
Algo desconfiada, la joven se quedó quieta y callada. El
joven la observó y le dirigió una sonrisa de confianza. Luego deslizó la manga
de su chaqueta, revelándole un tatuaje de una R gigante, envuelto en una rosa
roja.
—¡Eres!— arrepentida se volvió a callar, y sin mirar
hacia ningún lado tomó el camino ofrecido por él. Antes de irse, el joven la
retuvo un momento diciéndole.
—Podrías algún día… contarme esa historia. La verdad
sobre Zaroc— deslizó el mechón del cabello de la joven, mirando sus ojos lilas.
Volvió a sonreír y se retiro.
—¡Espera!...
Pero el trovador ya se marchaba en dirección a los
guardias.
Continuará.