miércoles, 5 de octubre de 2011

Esmeralda

Nota preliminar: Siguiendo los consejos de mi mejor amiga, aquí esta una edición del primer capitulo de esta historia. No he cambiado nada (basicamente sigue siendo lo mismo) pero he contado muchas mas cosas que creo que deberían saber xD. A veces cometo el error de suponer que saben lo mismo que yo. Ojala les guste, enjoy!

           
            Han pasado muchos años. Tanto tiempo ha transcurrido desde ese entonces que hay cosas perdidas… al parecer irrecuperables. Los Guardianes e Invocadores eran tan solo un suspiro del ayer prácticamente olvidado por todos.
           
Las ciudades se dividen en medio de la desesperación. Algunos solo culpan a la conocida Rebelión, la cual solo a traído problemas, murmuran entre dientes. Quizá si tan solo estas personas se conformaran con el dominio del Imperio, las aldeas no estarían tan custodiadas, vigiladas y restringidas como ahora. Otros en cambio ya ni siquiera se molestan, reconfortados ante la idea de tan solo seguir sobreviviendo.
           
Batión es un pueblo totalmente controlado. Cerca de las montañas, cercado por un tupido bosque, uno de los últimos lugares  en los cuales se hace un mínimo comercio. Único lugar en tan desolado paraje que ofrece unas pocas comodidades.
           
Esmeralda ha llegado aquí, motivada por esto. Le quedaba casi nada de dinero, y aunque fuese el sitio más peligroso para buscarlo, al menos tenía que intentarlo. Esta errante, prácticamente desde el día que nació, no tiene otra manera de sustento. Suele conformarse con vender cachivaches a valores ínfimos para luego seguir vagando sin rumbo fijo.
           
Al perecer la suerte le sonreía. Había conseguido bastante más dinero del que pensaba. Los guardó en el morral oscuro, un regalo de parte de su abuelo, la chica guardó el dinero en el fondo, repasando con la mirada las salidas, para poder retirarse sin ser descubierta.

            La joven tan solo estaba vestida con una túnica de color granate, el cabello revuelto, espeso y de color negro, le cubría gran parte de su rostro. Observó preocupada alrededor de la ciudad, en cada salida había un guardia del Imperio. Esmeralda suspiró rendida, tendría que haber algún modo de salir de allí. Quizá en la mañana, cuando los guardias cambiasen de turno. Tal vez si tenía suerte podría salir sin llamar la atención.

            Su mirada de color lila se encontró con una hostería. Era la única que se observaba por aquella pequeña ciudad, rodeada de murallas. Esmeralda tragó saliva, decidiéndose a entrar en aquel lugar.
           
            Hacía bastante tiempo que no entraba a un lugar así. Iluminado por viejas antorchas, donde un bardo afinaba las cuerdas sentado en la esquina del lugar. El aire tenía un aroma bastante húmedo y pesado. En las mesas miles de guardias se reían mientras bebían cerveza barata, en tarros casi desechos.

            La chica decidió quedarse un rato en la barra de aquel lugar. Pidió una bebida bastante simple, mientras escuchaba con atención las conversaciones que circundaban por el lugar. Recayó su atención sobre el trovador, quien afinaba su guitarra con aire despreocupado, mientras miraba a los soldados con desprecio. Estos últimos parecían vigilar todos los movimientos del joven, casi como si el instrumento fuese un arma hábilmente escondida.
           
            —Espero que tengas consideración si vas a seguir con esas canciones.— siseó uno de los guardias.
           
            —Las personas que nada malo han hecho, no debería temer a la verdad.

            Un silencio tenso se incrementó en el lugar. Esmeralda percibió como la atmósfera cambiaba radicalmente. Se preguntó que demonios había dicho el juglar, y tanto debió ser su gesto de duda, que la chica de detrás de la barra se acercó, simulando rellenar su vaso y susurró cerca de su oído.
           
            —Han hablado sobre la…— tragó saliva temerosa— “La activación de poderes”

            A la chica le tiritaron las manos luego de escuchar esa sentencia. Se quedó sentada, aún más inmóvil que antes. Posó los dedos sobre su boca, preocupada mientras mordía sus uñas. Venir a esa hostería había sido una pésima idea. Lentamente respiró comenzando a poner orden en el caos de su mente.
           
            Tenía que irse. Eso estaba claro. Miró a ambos lados, nerviosa pero al parecer nadie tenía ganas de seguir hablando. Soltó todo el aire acumulado en su pecho, algo mas calmada y se levantó de su puesto, dispuesta a encerrarse a la habitación que le diesen.

            —Sino fuera por el estúpido mago, todos seríamos más felices— soltó el trovador justo antes de que Esmeralda se retirase del lugar.

            —¡Qué has osado decir!— gritaron los guardias, levantándose de sus sillas, furiosos con esas palabras.

            —¡Lo que todo el mundo sabe! ¡El emperador no sería nada, sin la maldita magia!— vociferó sin miedo.

            El trovador no se movió de su puesto. Quizá estaba cansado de callar las palabras que tanta gente tenía atorada en la garganta. Todos sabían esto, pero decirlas era casi una sentencia de muerte. Sea cual sea la razón el efecto de sus palabras, los dejó a todos inmóviles.
           
            Incluida a la propia Esmeralda. A la cual le estaban cayendo unas pequeñas lágrimas por sus mejillas. Había sido todo tan injusto. Nadie conocía realmente el engaño que el emperador había hecho con el pobre mago. Furiosa y como nunca, rompió el silencio con un grito que ni ella misma supo de donde salió.

             —¡Tú no tienes idea! ¡No hables de Zaroc de esa manera!

            Sorprendida se tapó la boca con las manos. Quizá con la esperanza de que ese gesto haría que la frase se devolviera a su mente, de la cual nunca debió salir. Los jóvenes que estaban a punto de ir a golpear al trovador, se giraron en redondo mirándola sin poderlo creer.

            —¡Qué estas esperando!— gritó el de la guitarra, tomándola del brazo. La chica ni siquiera se había dado cuenta de cómo llegó— ¡Corre!

            Y sin saber como se encontró corriendo, en medio de toda la trifulca desatada. Los guardias salieron también, corriendo a gran velocidad. Mientras tanto el trovador, llevando a la rastra a la joven, intentaba perderlos en la oscuridad de la noche. Se escondieron entre medio de unas casas, detrás de unos maderos tirados por allí.

            —Si nos llegasen a atrapar.— comentó Esmeralda.

            —Descuida— el joven la miró— tengo muchos amigos, nadie les dirá donde estamos.— le señaló un camino, una especie de túnel a través de las murallas.— podemos salir por aquí.

            Algo desconfiada, la joven se quedó quieta y callada. El joven la observó y le dirigió una sonrisa de confianza. Luego deslizó la manga de su chaqueta, revelándole un tatuaje de una R gigante, envuelto en una rosa roja.

            —¡Eres!— arrepentida se volvió a callar, y sin mirar hacia ningún lado tomó el camino ofrecido por él. Antes de irse, el joven la retuvo un momento diciéndole.

            —Podrías algún día… contarme esa historia. La verdad sobre Zaroc— deslizó el mechón del cabello de la joven, mirando sus ojos lilas. Volvió a sonreír y se retiro.

            —¡Espera!...
           
            Pero el trovador ya se marchaba en dirección a los guardias.
           
Continuará.